INTELIGENCIA Y ASOMBRO EN LOS ESTUDIANTES
La inteligencia como un cultivo del
asombro
Filósofo de la
Universidad del Atlántico
Barranquilla, Colombia
Debo suponer que todos
los docentes, en varios momentos de su labor como educadores, ya sea en
primaria o en secundaria, se enfrentan con esos estudiantes que hacen preguntas
claves, de esas que uno mismo sabe que en lo más profundo de los tejidos de nuestra consciencia, no tiene una respuesta última, definitiva, sino más bien tentativa,
hipotética, falible, no desde ahora, sino desde los comienzos de la humanidad.
Por ejemplo, en una clase sobre la teoría creacionista del mundo, nunca falta
el niño que pregunte, ¿quién creó a Dios?, alborotando al resto de los
estudiantes, como si activara un impulso natural ofuscado por la rutina y la
información repetida por la tradición. O preguntas como, ¿cuál es la naturaleza
del pensamiento? Ante este tipo de interrogantes en sus diferentes contextos
del conocimiento, algunos profesores se sienten en un callejón sin salida, o
ante una disertación humanamente especulativa. De hecho, gracias a estos
estudiantes es que nosotros los docentes nos exigimos más en la preparación de
clases, y nos hacen crecer como humanos, más que como profesionales. Por eso la
educación debe consistir en enseñar dudando, pues el conocimiento adquirido
hasta ahora, ha sido a base de ensayo y error, respaldado por una natural
perplejidad. Entre más sabemos, menos sabemos, y así nos iremos a la tumba.
Por todo lo anterior, en
los colegios deberían homenajear a esos estudiantes que tienen esa capacidad de
asombro que es tan natural en los niños, y que se conserva en la adolescencia y
en los adultos, escondida detrás de las capas de la cultura y de la información
mecánica, pero que jamás queda muerta, porque sólo hay que revivirla, por eso
llega a decir Osho, pensador hindú, lo siguiente: “La experiencia del niño
obsesiona durante toda su vida a la gente inteligente. La quieren repetir: la
misma inocencia, el mismo asombro, la misma belleza. Ahora es un eco lejano;
parece como si la hubiese visto en un sueño.” Aclaremos un poco, las palabras
de Osho. La infancia se ofrece como un paraíso que se refleja en las
expresiones “La quieren repetir” y “como si la hubiese visto en un sueño.”
Por eso para Osho “todo hombre nace en el paraíso y después lo pierde. Los
retrasados, los poco inteligentes, lo olvidan por completo.” Ahora, ya se puede
deducir qué es ser inteligente: es ser sensible y creativo con cierta inocencia,
en fin, intentar buscar el paraíso que una vez tuvimos en la infancia. Este
camino se logra con un profundo e inocente asombro por las cosas que nos
rodean, como si la viéramos siempre por vez primera, siempre como un misterio.
Por otro lado, dice
Osho que la inteligencia no es algo adquirido, es inherente desde nuestro
nacimiento. Dice también que la inteligencia está en los demás animales y
plantas, pero de forma no consciente, sólo en el humano aparece como una
inteligencia consciente, autoconsciente, y esta autoconsciencia lleva al ego,
que sería la oscuridad que no nos deja ver la luz del asombro y la inocencia.
Somos la única especie
con ego, y la hemos intensificado con la competencia en todos los ámbitos laborales
y educativos. Y a medida que este ego crece, empieza también a aumentar la oscuridad
que rodea la inteligencia genuina del niño, esa inteligencia que va de la mano
del asombro, y que requiere un campo abierto, lleno de vientos alisios, de resplandor,
asomarse en medio de tanta información académica y aburrida, en medio de tanta
basura cultural. La inteligencia natural del niño está siendo ofuscada también
por muchas falsedades del Estado, la religión, las telecomunicaciones, la
educación (cuando los docentes repiten como loros).
Ahora bien, no hay que
confundir inteligencia con erudición, con el haber leído mucho, pero dejemos
nuevamente a Osho quien nos lo diga: “Si pretendes
que sean eruditos, es que no piensas que sean inteligentes. Si les haces
preguntas que dependen de la información, no te parecerán inteligentes. Pero
hazles preguntas reales que no tengan nada que ver con la información, que
necesiten una respuesta inmediata, y verás: son más inteligentes que tú. Por
supuesto, tu ego no te permitirá aceptarlo, pero si consigues aceptarlo te
ayudará muchísimo. Te ayudará a ti, ayudará a tus niños, porque si eres capaz
de ver su inteligencia, podrás aprender mucho de ellos.”
Para finalizar, quiero
colocar tres ejemplos de lo expuesto hasta ahora, dos extraídos de El libro
del niño, de Osho ─del cual hemos venido citando hasta ahora─, y uno de mi
experiencia como docente:
La madre estaba preparando a
Pedrito para ir a una fiesta. Cuando acabó de peinarle y colocarle el cuello de
la camisa, le dijo:
—¡Ahora vete,
hijo! Diviértete... ¡y pórtate bien!
—¡Por favor, mamá! —dijo
Pedro—. ¡Antes de que me vaya decídete por una
de las dos!
Un transeúnte le preguntó a
un niño:
—Hijo, ¿puedes
decirme qué hora es?
—Sí, por supuesto —respondió
el niño—, pero ¿para qué necesita saberla?
¡Está cambiando todo el rato!
No se
requiere leer muchos libros para tener este tipo de inteligencia.
En una
clase que impartí de filosofía hace años con el grado sexto, mientras explicaba
los problemas filosóficos de la expansión del universo, un estudiante, el más
indisciplinado y disperso, comentó que el universo se ríe de nosotros (y lo
dijo riéndose), cuando le exigí que nos explicara lo que quería decir (al
comienzo se negó), al fin cedió y dijo:
—Pues mire profe, entre más queremos entender y ver el borde del universo, él más se aleja, como riéndose de nosotros, como si nos dijera: nunca podrán alcanzarme, idiotas.
¿Ahora sí
entienden qué estudiantes deben homenajearse, aunque la cuantificación de sus notas
no sea tan elevada?
Por este
camino de la vida que nos lleva a la vejez, intentemos no perder nunca la
inocencia de la inteligencia genuina que nace con la infancia, que no es más que
la nobleza del asombro y el misterio de las cosas que está dentro de todos
nosotros: niños, adolescentes, adultos y ancianos.
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