SOSTIENE PEREIRA: UNA TÍMIDA PASIÓN QUE CRECE Y CRECE
SOSTIENE PEREIRA, UNA SINFONÍA LITERARIA DE ANTONIO
TABUCCHI
El periodismo es una
pasión insaciable
que sólo puede
digerirse y humanizarse
por su confrontación
descarnada con la realidad.
Nadie que no la haya
padecido
puede imaginarse esa servidumbre
que se alimenta de las imprevisiones de la
vida.
Nadie que no lo haya
vivido puede concebir siquiera
lo que es el pálpito sobrenatural de la
noticia,
el orgasmo de la
primicia, la demolición moral del fracaso.
Gabriel García Márquez.
El mejor oficio del
mundo (1996)
Filósofo
de la Universidad del Atlántico
Barranquilla,
Colombia
Un
amigo me recomendó la lectura de Sostiene Pereira, una novela corta de
aproximadamente 180 páginas del escritor italiano Antonio Tabucchi, nacido en
Pisa en 1943, y muerto en Lisboa en 2012. Recuerdo que me dijo: “Genial, el
narrador menciona muchas veces el título en toda la narración y no fastidia
para nada”. Y tuvo razón. Pensé en Cien años de soledad, pues en el
capítulo X, a partir del párrafo 18, el nombre de Remedios, la Bella, se repite
11 veces en 5 párrafos sin cansar o impacientar al lector. Debido a ese
amistoso comentario, me armé de papel y lápiz para que a medida que iba leyendo
fuera anotando en forma de palitos, las veces en que se repetía el título. El
resultado fue el siguiente: Sostiene Pereira se repite 68 veces, algunas igual
como el título, y, en otras, intercaladas con otras palabras entre el verbo
conjugado “sostiene” y el apellido “Pereira”, un ejemplo de esto se registra
cuando el narrador dice: “No veo la conexión entre las dos posibilidades,
sostiene haber dicho Pereira.” Otras 68 veces se reitera, pero a la inversa, es
decir, Pereira sostiene, combinándolo también con intercalaciones entre el
apellido y el verbo: “Se pasó buena parte de aquella tarde así, pensando en su
infancia, pero eso es algo de lo que Pereira no quiere hablar, porque no tiene nada
que ver con esta historia, sostiene.” Y, por último, 41 veces solamente el
verbo sostiene. A excepción del tercer capítulo, todos terminan con algunas de
las expresiones anteriormente clasificadas. La distribución de estas
expresiones es de una asombrosa y curiosa simetría y esteticidad, que sólo
resta decir que el autor logró, al igual que nuestro premio Nobel, el ritmo y
la musicalidad dentro del mundo de la objetividad literaria en 25 capítulos,
cronológica y linealmente encadenados en el tiempo.
La
novela se publicó en 1994. Está ambientada en Lisboa, en la Portugal Lisboa, en
la Portugal de Luis de Camoes, Fernando Pessoa y José Saramago. Su personaje
central es Pereira. Nunca se nos dice su nombre —en el caso de que Pereira sea un apellido—, pero
sabemos que es un periodista católico de la sección cultural del periódico el
Lisboa, que es viudo y soltero, de avanzada edad, con problemas cardíacos,
ferviente amante de la literatura francesa y de la buena literatura en general,
lo suficiente como para no manchar ese fino gusto con asuntos políticos. Si
bien a Pereira no le gusta que los textos sobre literatura estén sesgados
ideológicamente, no quiere decir que no reflexione con cierta timidez sobre lo
que se respira en la Europa que está viviendo, aunque no tome un papel activo
ante las circunstancias. Con relación a otros datos que tienen que ver con el
cuerpo y alma de esta novela, dejemos al mismo autor que nos contextualice con
sus palabras plasmadas en la nota a la décima edición italiana: “Encontré para
Pereira un mes crucial en su vida, un mes tórrido: agosto de 1938. Pensé en una
Europa al borde del desastre de la segunda Guerra Mundial, en la Guerra Civil
española, en las tragedias de nuestro pasado reciente.” Y a lo que se refiere a
Portugal, al personaje lo rodea la atmósfera de la dictadura salazarista.
Mussolini, Franco y Hitler, simpatizan con António de Oliveira Salazar, sin que
esta relación se mencione con insistencia directamente.
Cuando
afirmamos que Pereira es un personaje central, no solamente lo decimos en una
acepción elemental del término, sino en el sentido en que los personajes que
rodean y se relacionan con Pereira, sirven para activar en él, fuerzas
psicológicas que ni el mismo Pereira entiende a lo largo de la historia.
Monteiro Rossi sería el primer personaje con el cual tiene contacto por fuera
de su rutina laboral y doméstica (rutina laboral se reduce en publicar
efemérides y cuentos franceses traducidos por él sin nunca firmarlos, y su
rutina doméstica a comer omelettes y tomar limonadas en el Bar la orquídea). A
Monteiro lo conoce después de leer una tesina de este sobre la muerte. Lo
contacta y se cita con él para contratarlo con el objetivo de que escriba
necrológicas anticipadas sin sesgo político o revolucionario (necrológicas de
escritores que todavía no hayan muerto). Monteiro Rossi hace lo contrario, sin
embargo, nuestro personaje se las paga con el dinero de su bolsillo sin nunca
publicarlas, guardándolas en una carpeta sin saber el porqué, tal vez porque el
joven y la posterior aparición de Marta, la novia de Monteiro, les recuerda su
juventud y el hijo que nunca pudo tener con su esposa ya muerta y con la cual
habla a solas con su retrato. Un segundo encuentro con otro personaje es con su
amigo Silva en la ciudad de Coimbra, es un encuentro frívolo, fracasado, donde
su amigo parece no importarle lo que está pasando políticamente, sino en el
vivir con comodidades y sin preocupaciones. En el tren de regreso conoce a la
señora Ingeborg Delgado, con la cual llega a hablar de política actual,
invitándolo como periodista, a que tome partido y sea libre expresándose. La
idea y la sensación le quedan dando vueltas en su alma, a pesar de que se le
impone como un muro en su espíritu, la supervisión de su director y los jefes
de censura.
Los
pequeños intercambios de política actual con Manuel, el mesero que siempre lo
atiende en el bar, los nuevos encuentros con Monteiro Rossi y Marta para que
los ayude con un nuevo personaje, Bruno Rossi, primo de Monteiro, quien se
encuentra como clandestino en Portugal para fortalecer un grupo republicano, y
la rígida soledad de viudo sin sexo en un cuerpo obeso, también se van
agregando y orquestando en su psique, junto a otro personaje que se suma a esta
sinfonía psicológica, su religioso amigo, el cura António, en quien confía para
confesarse y conversar sobre temas también políticos. Pero todos estos “ingredientes”
no son nada sin el encuentro con el doctor Cardoso, cuando Pereira decide irse
por una semana a Parede por cuestiones de salud a internarse en una clínica de
talasoterapia, donde en medio de las conversaciones con el mencionado doctor,
este le habla de una teoría francesa, psicológica y filosófica a la vez; la
teoría de la confederación de las almas (varios yoes), dirigida por un yo
hegemónico. Dice el doctor en medio del diálogo: “Lo que llamamos la norma, o
nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende
del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la federación de nuestras
almas; en el caso de que surja un yo, más fuerte y más potente, este yo
destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de las
almas, mejor dicho, la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es
destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por ataque directo, sea por una
paciente erosión.”
Bajo
este panorama, los jóvenes románticos, revolucionarios y republicanos, la
silenciosa decepción de su amistad con Silva, el consejo de la señora Delgado
(lectora de Thomas Mann), los breves y ágiles momentos de atención del eterno
mesero, la ferviente conversación y orientación de un cura con perfil crítico y
humanitario, y las nuevas exigencias patrióticas del director del periódico el Lisboa,
danzan y tejen inconscientemente en la mente de Pereira, un aura listo y
maduro para estallar en medio de su redonda y rutinaria soledad de viudo, a
punto de formarse y forjarse un nuevo yo ante su presente y futuro.
En
la nota de Antonio Tabucchi a la décima edición italiana comentada al comienzo,
también nos dice el autor que la historia de Pereira está basada en la historia
real de un periodista de cuyo nombre prefiere conservarlo oculto, pero nos
recuerda que “en portugués Pereira significa peral”, que es un género de árbol
frutal. No obstante, agrega una connotación literaria, la que le sugirió el
título de una pieza teatral de Eliot; What about Pereira?, “en la que
dos amigas evocan, en su diálogo, a un misterioso portugués llamado Pereira,
del cual no se llegará a saber nada.”
Por
mi parte, ya cumplí con el placer literario de acompañar a Tabucchi y a su
amigo y personaje Pereira, a saber más de él y de sus frutos, a tratar de
adivinar los sueños que lo visitan en sus noches y que el narrador no da casi
cuenta de ello, a ir de la mano con él en su epifanía y danza psicológica hasta
el final, y a caminar con él en ese asomo gradual y orgánico de su nuevo yo a
través de un narrador en tercera persona que sólo se limita a mostrarnos lo que
piensa su héroe, porque a los demás personajes únicamente lo conocemos en
función del periodista del Lisboa. Sólo te resta a ti, inquieto lector,
descubrirte a través de él, acompañarlo en esta orquestación psicológica en
medio de la reiteración musical de su título en toda la obra, y conocer el
estallido de un antiguo yo hegemónico y el advenimiento de un nuevo hombre —dentro de un final abierto—, conservando, sin embargo, como es natural, una especial
y única sombra y luz de su pasado.
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