LA PANDEMIA VISITA A LA LITERATURA, ¿O VICEVERSA?

 

LA PESTE ENTRE LA LITERATURA Y LA RELAIDAD

 

Por Freddy Mizger

Filósofo de la Universidad del Atlántico

Barranquilla, Colombia

 

El Decamerón de Bocaccio (1353), Cien años de soledad (1967) y El asesinato de Sócrates de Marcos Chicot (2016), son obras literarias en las que la peste aparece como un episodio dentro de la narración. En el caso del Decamerón, la peste bubónica, que asoló a Florencia en 1348, es una excusa de presentación para justificar el confinamiento de diez personajes; siete mujeres y tres hombres, para que cada uno cuente sus historias y se distraigan retirados en una montaña por diez días, de ahí el título. En la novela de nuestro premio Nobel, la peste es surrealista y simbólica: la peste del insomnio, donde sabemos que los habitantes de Macondo comienzan a olvidar el nombre y significado de las cosas, pero sabemos igualmente que es un episodio más dentro de lo narrado. En la novela de Chicot se hace referencia a la peste que arrasó a los atenienses en plena guerra del Peloponeso bajo el mando de Pericles. La epidemia se diluye como un asesino difuso a través de varios capítulos posteriores a los primeros. Pero en Diario del año de la peste de Daniel Defoe (1722), La peste escarlata de Jack London (1912) y La peste de Albert Camus (1947), la epidemia es total y es protagonista y permea todos los rincones de la trama.

Por motivos artificiales de la razón, hagamos la exposición de estas tres últimas referencias, cronológicamente como están.



En Diario del año de la peste, un ciudadano londinense de 1665 es quien nos narra los acontecimientos muy parecidos a lo que estamos experimentando en la actual pandemia (narra hechos por él vividos y escuchado por otros) y con La peste de Camus (o más bien, la actual pandemia y los acontecimientos de la novela La peste son las que se parecen a la obra de Defoe), pues en la lectura podemos evidenciar datos estadísticos discutibles, supersticiones de la gente, interpretaciones de astrólogos y sacerdotes alterando el temor de los habitantes, curanderos y charlatanes que aparecen junto a los alguaciles y sheriff para aprovecharse de la situación, los primeros, y para controlarla, los segundos; ateos que se burlan de los creyentes; teatros, salones de baile y juegos cerrados inexorablemente. Decretos y ordenanzas son igualmente reproducidos en varias páginas (en La peste sólo se hace alusión); los pobres son los más afectados y respaldados por los alcaldes en lo que más pueden; el comercio exterior con Francia, Holanda, España e Italia, por obvias razones se paraliza, y algunos médicos junto al personal de ayuda mueren.

Las casas donde se constata que hay apestados conviviendo con personas sanas, son clausuradas y vigiladas por guardianes de día y de noche, y son estos los que se encargan de realizar toda clase de mandados para así evitar más contagios. Esta situación se torna conflictiva porque los que están sanos tratan de huir hacia otros territorios a espaldas de los guardianes, ya que pueden ser contaminados por los apestados que conviven con ellos, técnicamente se sienten prisioneros en sus mismas casas. Cada vez que hay muertos por la peste, son llevados por un carro que llaman el carro de los muertos.

En una etapa avanzada de la peste, los cadáveres tienen que ser enterrados a montón en fosas profundas y anchas por las noches, donde, por razones de cantidad, casi “los vivos no podían enterrar a los muertos”.

En medio del delirio y la locura causada por el desespero, en medio de algunos padres que huían de sus hijos y viceversa por el contagio, y en medio de algunos pobres que intencionadamente contagian a los ricos por envidia, aparece una escena chistosa, la historia del gaitero “ciego”, que, durmiendo a pierna suelta, lo creyeron sin vida debido a la peste junto a otros más, y al despertarse en pleno viaje en el carro de los muertos adentrados ya en el cementerio, preguntó que dónde estaba y le respondieron que en el carro de los muertos a punto de ser enterrado, a lo cual el gaitero respondió con un: “Pero yo no estoy muerto ¿verdad?”

La historia es contada aproximadamente en 210 páginas bajo la guía de un cronista que sólo al final del relato conocemos sus iniciales: H. F.  Este cronista, ficción de Daniel Defoe, narra con sobriedad y verosimilitud la historia como si la hubiese vivido. Y a pesar de que esta novela en forma de crónica no tiene divisiones, logra que el lector no se canse gracias a su suave prosa y descripción realista sin arrebatos metafóricos, y en varias ocasiones linda con lo minimalista. Sus frescas imágenes nos hacen sentir como si brotaran de observaciones inmediatas. Dato curioso: el cronista en la página 200 menciona, estando en un cementerio, que en ese mismo lugar fue enterrado el autor del diario que se está leyendo, es decir que el cronista lo que hizo fue encargarse de publicar lo que una persona después muerta registró en la gran peste. O, mejor dicho, Daniel Defoe, autor del libro en 1722, se inventa un cronista para narrar los hechos de la peste que comenzó en Holanda en septiembre de 1664, un tal H. F., que a su vez menciona que lo leído es producto de un autor ya muerto. ¿Quiere decir esto que, Diario del año de la peste, está basado en apuntes de un ciudadano ya muerto y vertido con más orden por H. F. o, que este lo reproduce y lo publica igual como lo dejó el ciudadano ya muerto bajo el título Diario del año de la peste, con la nota mencionada casi al final de la obra o, que Daniel Defoe, el autor de Diario del año de la peste, se inventó al cronista H. F., que a su vez coloca por título Diario del año de la peste al recuento que hizo un ciudadano ya muerto sobre la gran epidemia en las afueras y dentro de los muros de la roja ciudad de Londres? Lo cierto es que antes de la primera página hay como una especie de prólogo o advertencia de cuatro líneas, donde se nos anuncia lo siguiente: “Observaciones y recuerdos de los hechos más notables, tanto públicos como particulares, que ocurrieron en Londres durante la última gran epidemia de 1665, escrito por un ciudadano que durante todo este tiempo permaneció en Londres. Publicado por primera vez.” ¿Serán estas líneas, dentro del cosmos de la creación narrativa, de Daniel Defoe o de H. F.?



En La peste escarlata asistimos a los azotes de "fuego" de una pandemia que mata a los personajes como si fueran insectos y de forma rápida en su expansión. La narración recae en la voz de un anciano profesor de literatura en algún lugar de Estados Unidos para que sus tres nietos la escuchen. James Howard Smith (el anciano), único sobreviviente a la peste en su distrito, queda convertido en un salvaje, en un cazador-recolector al igual que sus nietos. La historia es contada en el año 2073, en medio de los estragos que dejó la pandemia sucedida en 2013. Los niños son productos de nuevas relaciones de diferentes y pocos supervivientes en distintos territorios alejados entre sí, que se vieron obligados a buscarse después de tanta soledad para volver a reproducirse y salvar a la especie humana, pero el panorama es desolador, porque esta supervivencia se lleva a cabo con los mismos defectos y carencias de siempre en un proceso lento de reorganizar a la humanidad entera, con los mismos egoísmos e ideales, asomándose la triste sensación que dentro de miles de años se volverá a repetir la historia.

Mientras y después de la tragedia, pobres y ricos son igualados ante las fuerzas de la naturaleza e incluso humanas, pues el pillaje y el vandalismo sale a flote en medio del desespero, al igual que el homicidio en manos de intelectuales arrastrados por las circunstancias que se le imponen inevitablemente. Con referente a la igualdad entre pobres y ricos, leamos lo siguiente: "Os hablaba antes de los aeroplanos de los ricos que transportaban la peste en sus alas, de tal modo que los ricos morían como los demás."

Hay un momento en que el anciano añora los logros de la ciencia y la tecnología pensando en la incomodidad de la nueva y precaria sociedad. La vegetación y los animales domésticos también aseguran su sitio de supervivencia después de la peste. En fin, es una obra que nos recuerda el valor de las producciones culturales y el final de la famosa novela de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, porque en un intelectual, está el refinamiento de la sabiduría y la esperanza. A pesar de su ambiente desolador, es recomendada por su cómoda extensión en 40 páginas.



En la obra del francés, la peste que azota a los habitantes de Orán, es provocada por un hervidero de ratas que se asoman in crescendo en la narración y ampliada a su vez por la radio y los voceros de periódicos, y posteriormente dramatizados por los sermones de un sacerdote y la rapidez de los entierros sin el ritual de los funerales, a causa de la cantidad de muertos y el confinamiento obligatorio.

La peste funciona literal, histórica y alegóricamente. Las dos primeras se deben a que la ciudad argelina de Orán, en diferentes ocasiones de su historia, fue arrasada por epidemias mientras fue una colonia de los franceses a mediados del siglo XIX, y la novela lo que hace es recrearla. Pero a nivel simbólico la peste también significa el absurdo de la existencia arraigado en cada uno de nosotros, e incluso para algunos denota las dictaduras políticas y militares nazi (y las dictaduras en general), en el sentido en que la peste cerca y acorrala las libertades individuales. Este hecho, el simbólico, como el absurdo de la existencia, se evidencia en uno de los encuentros cruciales entre dos personajes, entre el doctor Bernard Rieux y su compañero Jean Tarrou, donde este le confiesa, ya muy avanzada la historia, mucho más de la mitad, un episodio de su vida en más de cinco páginas y que empieza así: “Digamos para simplificar, Rieux, que yo padecía ya de la peste mucho antes de conocer esta actitud y esta epidemia.” Con estas líneas Tarrou se refiere a un hecho que observó siendo niño, la de la sentencia de muerte de un hombre de 30 años a manos de su padre como abogado, haciéndole padecer este acontecimiento “el horror de la justicia” y la maldad en el mundo sin alicientes divinos, sintiendo que todos directa o indirectamente somos asesinos, porque la sociedad aceptaba y pedía que se matara en nombre de algún ideal, por eso llega a decir en su confesión que “el sueño de los hombres es más sagrado que la vida para los apestados”, los apestados mayores, los jueces, matan con el consentimiento de los apestados menores. Todos estamos apestados: “Sí, Rieux, cansa mucho ser un pestífero, pero cansa mucho no serlo”, dice en alguna parte. Pero también la peste es excusa para la fraternidad después del tormento, pues en las últimas páginas la solidaridad humana en un momento álgido abraza la obra casi con el mismo ímpetu y efecto estético que puede alcanzar el Himno de la alegría de Beethoven en las conglomeraciones.

A nivel estructural se logra vislumbrar un juego de espejos, pues el doctor Rieux, que es quien narra la historia, la narra con sus propias experiencias y la de los apuntes de su amigo Tarrou, apuntes en los cuales aparecen otros personajes, como Cottard y la madre de Rieux, y por otro lado están Joseph Grand y Rambert, el primero aspirante a escritor y el segundo un periodista con deseos de salir de Orán. Crónica, apuntes, novela y periodismo, ¿no se les impone un juego de correspondencias entre sí?

Sólo nos resta una última peste (esta vez no literaria, o quién sabe qué clase de Dios o de dioses hacen literatura con nosotros), y será el sabio payanés, Gustavo Wilches Chaux, quien nos la comente con el fluir de sus palabras emitidas durante una entrevista sobre medio ambiente y cambio climático y que se consigue fácilmente por youtube: “[…] Cuando un virus le cae a el niño o una niña, pues su organismo para defenderse le produce fiebre. La fiebre entonces es parte de la respuesta inmunológica, es decir de la capacidad que tiene de autoorganizarse para rechazar ese virus que lo está atacando. Lo mismo ocurre con el planeta tierra porque el planeta tierra es un organismo vivo […] Cuando nosotros los seres humanos […] comenzamos a transformar la composición de la atmósfera, a cambiar de manera muy radical los usos del suelo en todos los lugares del mundo, entonces hemos obligado a ese sistema inmunológico del planeta a reorganizarse, de una manera metafórica, podemos decir que lo hemos obligado a tener fiebre, y esa fiebre está buscando liberarse de ese virus que lo está afectando; el problema es que ese virus somos nosotros los seres humanos.”

Con las obras aquí comentadas, no sabría decir si es la literatura quien hace visitas a las epidemias de peste o lo contrario, pero si por culpa de nosotros mismos desaparecemos del globo terráqueo, por ser la peor de las pestes, nuestro planeta tal vez seguirá respirando y dando vueltas alrededor del astro sol sin las proyecciones nostálgicas de la filosofía y la literatura.

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