PITALITO HUILA; UN RECORRIDO ÍNTIMO.
Pitalito Huila, un paradójico valle acogedor
Filósofo de la
Universidad del Atlántico
Barranquilla, Colombia
Más
que decir que me he convertido en un caminante de senderos y calles (no todas)
de Pitalito, prefiero admitir que una parte esencial de mí, como una especie de
extensión de mí mismo, ha salido una calmada y a veces ansiosa voluntad para
recorrer y acariciar, en repetidas ocasiones y en mis tiempos libres, varios
caminos del Valle del Laboyos. De esa geografía de cemento, de tierra y paisaje
elemental, abrazado por un suave y milagroso clima, he renacido. Por eso no
está de más confesar que el viaje no ha sido solamente el que la tierra ha
sentido a través de mis pasos (lastimosamente calzado), sino el que se ha
orquestado en mi mente como un caos armonioso.
Rodeado por caminos que conducen a San Agustín, Popayán, Putumayo, Florencia y Neiva, Pitalito se concentra en sí misma bañándose con eventos y espacios culturales, por la sencilla razón de que es un valle que cobija a varios artistas; pintores, artesanos, músicos y escritores, se mueven con naturalidad en medio de un agitado comercio y un tranquilo y agradable paisaje montañoso. Por lo anterior, no es de extrañar que el hospital tenga alusiones artísticas al igual que algunas paredes de algunos de sus colegios, o que alguien se deleite escuchando su himno en ritmo de guabina en vez de las acostumbradas marchas militares (cada vez que llega a mis oídos me conmuevo hasta sensibilizar mis ojos). No es de extrañar tampoco que un foráneo distraiga su vista con algunos de los monumentos artísticos en diferentes lugares estratégicos del municipio (Pitalito nos recibe incluso, viniendo desde Neiva y yendo para San Agustín, y hasta en el propio casco urbano, con varias vallas de pintores autóctonos, vallas que son cuadros no realistas en su mayoría). El arte no solamente se manifiesta en dichos espacios, también en los gastrobares de la municiudad (como le llamo a Pitalito, después daré mis razones), porque en su forma y presentación se condensa la creatividad. Por eso asevero que no solamente he recorrido sus físicos caminos, con detalles que no registran los mapas, sino también las bifurcaciones de sus expresiones simbólicas y cotidianas.
De
donde vengo, de Malambo Atlántico, los eventos culturales no son tan seguidos.
Y desde que en Barranquilla cerraron las puertas del teatro Amira de la Rosa,
mi alimentación cultural disminuyó. Así que puedo admitir que Pitalito volvió a
alimentarme. Ferias (artesanal y de libros), San Pedros, escuelas de formación,
festivales y semanas culturales; zanqueros, raperos, teatro y conferencias;
cantantes, escritores, desfiles y las famosas celebraciones cada vez que el
pueblo de laboyos cumple años, han enriquecido, gracias a esos momentos,
nostalgias y sentires, en especial, el Encuentro nacional de músicas
tradicionales RECUERDAS.
Desvío musical.
El
pasado año 2022 se celebró su presentación número dieciséis. El haber
presenciado y observado, con una asombrosa y concentrada atención, a tres
jóvenes pastusos interpretando tres instrumentos de cuerdas (guitarra, bajo y
requinto), con voces que alcanzaron el nivel de una Malagueña salerosa, fue
para mí y para todos los presentes, una experiencia estética y vital. Quienes
conocen esta canción mexicana, sabrán del registro de su voz y de las muchas
interpretaciones y versiones que se han hecho a nivel internacional (la del
cantante Luis Miguel, cuando estaba niño, es una de mis preferidas), y saber
que en el suroccidente de Colombia hay un grupo de jóvenes con una virtuosidad
de talla mundial y que se hacen llamar Artes Trío, y que la administración de
Pitalito se haya dignado presentarlos de forma gratuita para sus habitantes en
la Cámara de Comercio (que no solo se limita a trámites kafkianos), es una cosa
de apreciar.
Aprovecho
para acotar algo: aparte de la Cámara de Comercio, otros espacios, como los
centros comerciales, se articulan con actividades de índole cultural, sin
reducirse solamente a una transacción mecánica y comercial donde sólo importe
los beneficios de sus productos materiales. Con decirles que en una ocasión se
hizo el lanzamiento de un cuento en una sala de cine, cosa que aplaudo con
cierta reverencia.
Lo curioso de este evento, el de RECUERDAS, es su mezcla entre lo académico y lo folclórico ante el público. A simple vista da la impresión, por lo menos a mí, de que el habitante laboyano que se asoma a sus encantos, espera beber y beber hasta embriagarse con el folclor a tutiplén, pero no, pronto se da uno cuenta que también es un espacio donde se presentan músicos de academia interpretando, instrumentalmente, piezas clásicas de nuestra Colombia, como si se tratara de una sinfonía de donde emanan los agudos sonidos de un violín.
* * *
Sé
de eventos culturales que han llegado a visitar a los corregimientos y zonas
veredales de Pitalito, como el evento de música campesina llamado Así suena el
Sur, pero no sé hasta qué punto los brazos de la cultura laboyana, desde el
enfoque administrativo, haya llegado a los barrios populares (noroccidente) con
su premeditada fama de ser peligrosos. Es una parte de Pitalito que no conozco
muy bien y al cual me hubiera gustado conocer a través de uno de sus habitantes
a manera de un lazarillo, preferiblemente uno del malevaje, pero por lo menos,
durante un mes, pude acercarme al bullicio de sus cantinas y zona comercial por
los lados de la Villa Olímpica, cerca de tres colegios públicos y su agradable
camino que es un parque natural con una variedad de especies de plantas y
animales. Pude darme el lujo también de haber olfateado sus
puestos de comidas rápidas en medio de su movido comercio (chorizos y rellenas
de choclo y sangre) y el smoke de los motores (horror de los horrores para los
más acomodados que prefieren la zona rosa en la avenida Pastrana, hacia el sur).
A pesar de no poder haber recorrido con suficiente rigurosidad los caminos de
los barrios populares debido al rumor de su inseguridad, debo confesar que,
aparte de la Villa Olímpica y el camino del parque natural ya mencionados, sus
parques me cautivaron más que los del centro y su periferia, a excepción del
pequeño parque de La Presentación. Hablo de dos parques en especial, el parque
de Cálamo y el de Los pinos, describir su bello descuido es más complejo que
describir la misteriosa atracción de una mujer poco atractiva para el sentido
común y, sin embargo, lo intentaré. Comenzaré con el parque de Los pinos. Las dos calles y las dos carreras que la
rodean están sin pavimentar, pero el color marrón-amarrillo de su tierra y
piedras casi calizas, y el trasfondo de algunos marihuaneros en medio de una semioscuridad,
hacen del caminar una experiencia parecida al recuerdo de un pueblo lejano en
el tiempo y su barro elemental. El pasto crece de forma agresiva en comunión
con fuertes y sabios árboles imponentes. Me he imaginado este parque rodeado de
piedras blancas y ha sido tanto su encanto, que muchas veces he creído que en
realidad así es (hay una zona verde más pequeña entre los barrios Venecia y Los
lagos, ya más hacia el Este de Pitalito, donde suele pasarme exactamente lo
mismo). Y qué decir del parque Cálamo, también la hierba crece con fuerza
atravesando las ranuras de uno de sus dos canchas de básquetbol, al igual que
sus cortos caminos de cemento y hojas secas. Sus asientos de concreto brillan
por su rutinaria soledad, porque algunos de sus habitantes prefieren sentarse
en los bordes de una especie de mesa circular, hecha también de cemento y
rellenado de tierra, en donde crece el verde a flor de piel. Esta construcción
está ubicada en todo el centro del parque.
Los habitantes de Pitalito suelen referirse a su valle como una ciudad, y es entendible: cumple con el número de habitantes, con industria manufacturera, posee impacto comercial y financiero (de origen dudoso algunos, como en toda ciudad), sector universitario, dinamicidad cultural, una pequeña terminal área y terrestre, un batallón, un hospital universitario, conjuntos y condominios residenciales, hoteles, iglesias y capillas dignas de visitar, gastrobares de calidad, servicio interno de taxis (con algunos problemas que desesperan a veces y que merecen la competencia de un Uber), dos centros comerciales y un tercero que se está asomando, etc. El caso es que Pitalito, hacia la parte donde está creciendo, e incluso internamente, tiene aún un aspecto silvestre y sin pavimentar, y esto no lo digo de forma despectiva, porque es precisa y paradójicamente lo que me atrae, tanto, que no quiero que siga creciendo, si por crecimiento se entiende su total pavimentación y la desaparición de algunas vacas y caballos que de vez en cuando se ven por ahí merodeando. Por esto mismo prefiero llamarla municiudad.
Los laboyanos se quejan de un Pitalito inseguro, pero en comparación de las grandes ciudades, el valle de laboyos se deja aún transitar (sin que llegue a tener, claro está, la prodigiosa tranquilidad del pueblo de San Agustín) para apreciarlo como lo he hecho, y esto se debe también al carácter cordial de sus ciudadanos, por lo menos con quienes me he encontrado.
Nostalgia
Llevo
seis años viviendo y caminado a Pitalito. A los pocos meses de haberme dejado
acariciar por su aura global, tuve la sensación de querer morir bajo su mirada.
Sin embargo, desde hace más de medio año, la distancia de mis familiares y mis
pocos amigos se está imponiendo, y sólo espero que este íntimo valle me ofrezca
un milagro más de los tantos que me ha dado, ya sea para seguir fundiéndome con
ella, o para recordarla hasta mi vejez en mi anhelada, jocosa y entristecida
costa Atlántica. Entristecida por mí, quiero decir.
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