ESTERCILIA SIMANCA Y SUS CUENTOS DE ARENA DORADA

 

Un universo propio y literario tejido por Estercilia Simanca

 

 

A Ligia Bustamante

 

Por Freddy Mizger

Filósofo de la universidad del Atlántico

Barranquilla, Colombia.

 

Sé que la luna y sus ubicuas noches se asoman en los cuentos de la escritora wayuu Estercilia Simanca, pero es Kaí, el sol, lo que más abraza con candor el título de su obra narrativa, Por los valles de arena dorada, publicada en el mes de mayo de 2017. Y también porque es inevitable, al escuchar el nombre de su departamento, La Guajira, asociarlo con un desierto y su natural calor.



La influencia de Juan Rulfo, admitida por la autora, acompaña los nueve relatos que conforman el libro, con una voz y fuerza auténticas, a pesar de la sombra del mexicano de Comala. Y esto es así porque Estercilia Simanca Pushaina (este segundo apellido es el nombre de su clan), ya venía extrayendo esa voz y fuerza gracias a los caminos de su línea paterna (narradores orales de origen afrodescendiente, no indígena) y, por otro sendero, de las tradiciones e injusticias de su comunidad wayuu; Rulfo y Gabriel García Márquez, sólo posteriormente le “mostraron la ruta”. Sin embargo, la mayor musa para escribir sus cuentos, son las propias e indignantes experiencias de su población, por eso llega a decir que “Mis personajes, a los que les doy mi voz, mantienen una lucha contra el Estado, mientras que ellos (los poetas) se reencuentran con la luna, la madre tierra, la lluvia y con el sol. Mi literatura no regresa a la madre tierra convertida en lluvia y tampoco emprende ese viaje en espiral hacia el cosmos. Mi literatura sale de ella, de la rabia de la madre tierra, de los cambios de la Luna, del calor del Sol, del golpe de la brisa en el rostro de la marchanta que trae en su espalda 80 kilos de sal marina en la explotación del wayuu por el wayuu y de éste por el hombre blanco” (1). Por lo anterior, no se crea el lector que, debido a su voz de denuncia, la autora cae en el panfleto descuidando el arte y la estética de la narrativa, jamás; la riqueza literaria a nivel técnico y estructural hacen presencia en sus historias, de ahí tal vez, la influencia de Rulfo y Gabo. En su obra, personajes, temas y situaciones se corresponden y complementan compartiendo una misma geografía y cultura, entran y salen para aparecer en otros cuentos con una constante renovación de recursos literarios dentro de una límpida y afinada variedad temática, invitándonos a experimentar esa sensación de que cada relato le hace guiños a otros para compartir un mismo universo autorreferencial y autónomo, guiños como fugas que se cruzan dentro de una esfera o redonda casa familiar, a pesar de que los cuentos fueron escritos en diferentes años. 

 

Rafael o Rapaier, no Raspahierro.

Nuestra escritora, que también es abogada y empresaria, pues tiene una boutique de prendas artesanales, empieza su libro con el cuento Manifiesta no saber firmar. Nacido el 31 de diciembre (2005). En el fluir de la primera persona del singular, una mujer recuerda y cuenta la historia de cuando vinieron unos señores a convencer a su tío Tanko para que votara, junto a su comunidad, por el candidato a la alcaldía de ese entonces, diciendo ellos “que esta vez las cosas eran diferentes, porque el que estaba de candidato no era el papá sino el hijo, ‘y ese sí es buena gente, hasta le mandó estas llantas nuevas para su camión’”. La voz, repartida en cinco partes, muchas veces no comprende lo que observa (“Esa vez llevaron unos papeles grandotes que tenían la imagen de ese hombre llamado ‘Candidato’. Ellos tienen nombres extraños, por lo que nada de raro tendría que ese señor se llamara así”), y sólo con los años adquiere la madurez para lograr comprender la atroz e injusta circunstancia; politiqueros y registradores públicos, aprovechándose del analfabetismo de los wayuu, se confabularon para que ancianos y menores de edad adquirieran cédulas de ciudadanía para manipularlos electoralmente, pero con nombres irrisorios como sinónimo de una gran burla, pues en vez de registrar nombres como los de Castorila, Cotiz y Rafael, por mencionar sólo algunos, colocaron Cosita Rica, Alka-Seltzer y Raspahierro respectivamente. Por eso llega a decir con razón Juan Duchesne que “La propia factura de estas cédulas revela la insensibilidad y desprecio colonial del Estado colombiano hacia la población indígena” (2). Y no sólo firmaron con la huella de sus dedos índice, sino que todos quedaron registrados con la misma fecha de nacimiento, de ahí el inusual título del cuento a primera vista debido a su analfabetismo del idioma español. El hecho fue real y tuvo reparación estatal, proceso legal liderado por la misma autora y otros activistas.  El cuento también fue vertido a un documental dirigido por la cineasta Priscila Padilla.  

 

“Ya no llora en mi vientre, ni en mis sueños, ahora llora aquí, a mi lado”.

El anterior cuento tiene una sutil relación con otro titulado Bultito llorón ¡Cara de indio! (2007), pues la mujer que trae al mundo a un niño en medio del hambre, recuerda las lejanas palabras encantadoras de un “Candidato” que la pretendía en el mercado (tratándola de princesa), sin saber ella, al parecer, que en realidad eran falsas ilusiones con un fin manipulador, y que ahora añora como una posibilidad paradisiaca que nunca fue, atravesada por una voz madura donde resuena un dolor y una desesperada ternura por el peso de la vida. El maltrato de un esposo, que utiliza a sus otras esposas para vigilar a la sufriente madre, golpea la universal dignidad de nuestra especie en más de una mujer en diferentes hogares, mostrándonos que la comodidad económica no es suficiente para vivir. Las visitas que recibe de parte de su madre, son sólo el protocolo de un ritual que incrementa aún más la agobiante situación de la protagonista. ¿Hasta qué punto una madre debe sufrir y ser agradecida por sus hijos? El final del cuento me suscitó esta pregunta.

 

“He visto a la muerte danzar con los niños wayuu y los arijunas”.

No es de extrañar que en La Guajira un niño muera por desnutrición en un hospital dejado por su madre porque no tenía con qué alimentarlo. Esto sucede en Jamü, otro de sus cuentos (2016), siendo el título el nombre del personaje central que cuenta los acontecimientos desde el otro mundo al cual llaman Jepira y que está esperando en vano su segundo velorio (como reza la tradición entre los wayuu) después de cincuenta años de estar en semejante eternidad (“soy el alma de un niño con los pensamientos de un anciano). Mientras tanto pastorea en esa nueva residencia −pero sin que el hambre se vaya−, las almas de niños igualmente muertos, y uno siente que todos ellos son la alegoría de esos otros niños que sufren en La Guajira. Es el cuento más rulfiano (a lo Pedro Páramo) de la colección, para la muestra un botón: “He visto mi nacimiento una y otra vez, cada vez que quiera lo hago, solo basta asomarme en el ojo de agua del Cabo de la Vela y ver cómo desangré el vientre de mamá, mientras papá celebraba en su ranchería mi nacimiento”. Todo lo ve como en un cine continuado.

Al igual que el anterior relato, en este también se establece un puente con Manifiesta no saber firmar…, pero de forma más directa, pues Jamü, en ese otro lugar con hambre (valga esta especie de redundancia, pues en wayuunaiki Jamü significa hambre), desea la Bienesterina que nunca pudo probar porque su “mamá nunca tuvo cédula, de esas que dicen ‘Manifiesta no saber firmar’”, y que sospecha que nunca se la dieron porque de seguro no nació el 31 de diciembre.

 

“Él y yo nunca nos acostumbramos al tren y creo que la gente del otro lado, en el pueblo, tampoco”.

Hay un cuento que narra en primera persona, a excepción del último párrafo, la relación de Rukarria Epinayú con su burro Mushaisa (que significa carbón), cuyo título es; Daño emergente, lucro cesante (2008). Estercilia, a través de dicho narrador, que es el mismo Rukarria, asoma su voz y nos insinúa una nueva inconformidad: los suelos por donde pasa el tren para cargar el carbón, fue antes un cementerio. El analfabetismo de nuestro personaje le acarreará el lazo moral que lo une a su querido animal de trabajo y compañía. La historia, en comunicación con Manifiesta no saber firmar…, termina así: “Pero Rukarria Epinayú no fue a la escuela. Rukarria Epinayú ‘Manifiesta no saber firmar´”.

 

“Me iré la próxima vez que la luna esté danzando”.

Las mujeres que no pasan por el encierro en la comunidad wayuu se les llama Irama. Así se titula su último cuento (2017). Mireya, el nombre de la protagonista, nos narra su sueño de escaparse hacia la ciudad, mundo que conoce a través de las palabras de un ingeniero. La generosidad de esta mujer nos lleva a un nuevo lazo con el anterior logro narrativo, sean testigo de sus palabras que fluyen en su mente: “[…] mandé a buscar a Rukarria y le dije dónde estaban mis collares para que se comprara otro burrito”.

 

“La inmensidad de su fortuna era tan grande como la palabra amor”.

Como bien sabemos, en La Guajira, los hombres por tradición tienen la potestad de pagar la dote de las mujeres que ellos apetecen, justificando así la poligamia. Pero existe el caso de mujeres que, debido al altísimo valor de su dote, es imposible que hombre alguno pueda pagarlas para tomarlas por esposa, de ahí que estas adquieran con el tiempo, independencia para casarse o quedar solteras. Precisamente por esto se les llama Julamia, y así se titula su segundo cuento (2017). (En él se menciona las circunstancias de la mujer Irama: “¿Madre, sabes cuánto fue la dote de Mireya?). A diferencia del primeo, Manifiesta no saber firmar…, está contado desde distintos narradores que oscilan desde una primera persona que nos evidencia las preocupaciones de una Julamia llamada Primeria, alternándola con respuestas y comentarios dadas por su madre, en contrapunto con un narrador omnisciente. El encierro y la riqueza de Primeria y su condición de Julamia y su paradójico deseo de no querer tener tan altísimos dotes para poder casarse, se coteja con otra situación, la del encierro de Iiwa-Kashí, también rica, pero que sí tiene la posibilidad de que la pidan en matrimonio. El relato tiene la virtud de sugerir muy sutilmente, los hilos de un anhelo imposible en Primeria; casarse con el hombre que conoce desde la infancia. Hasta los sueños, simbólicamente, se lo vaticinan. Tema del cual hablaremos más adelante.

 

Una dura fantasía.

En su corto cuento, ¿De dónde son las princesas? (2009), asistimos al encierro y casamiento de Sumaiwa, la hermana mayor de la mujer que narra la historia y que nunca se nos dice su nombre. El relato se juega entre ese mundo de princesitas de hadas y el verdadero mundo de la realidad wayuu que les toca vivir a muchas de sus habitantes. En esta ocasión se ahonda un poco más sobre el ritual del encierro en las mujeres, que no es más que la pérdida de la inocencia cuando les llega la menstruación, y la preparación para los deberes como futuras esposas. En este caso Sumaiwa es entregada a un cacique de edad avanzada, hecho que la narradora asume con desconcierto, pero a su vez como una señal que reafirmará una decisión al final del texto. Reproduzco a continuación, una escena que resume el estupor de quien narra:

−Pero ella no lo quiere, no lo conoce. 

−Yo no conocía a tu padre, como tampoco tu abuela y tus tías a sus maridos. Así son las cosas aquí −contestó mamá.

 

“¿Cuánto durará este encierro que hace sangrar?”

En El encierro de una pequeña doncella (2003), vuelve nuevamente, pero de forma mucho más amplia y profunda, y con una combinación de narradores en primera y tercera persona más un narrador testigo, el riguroso encierro de Iiwa-Kashí por tres largos años (otra manera de hilar una sintonía entre varios cuentos por parte de Estercilia, es la elección de una temática para ampliarla gradualmente en diferentes relatos, como cajas chinas que se agrandan a la par con un tema que llevan dentro). Y sí, Iiwa-Kashí, la misma Iiwa-Kashí que significa Luna de Primavera, a la que Primeria hace alusión.  

 

“Soy el creador de tus sueños y hoy acabas de entrar a nuestro universo”.

¿Quién, de niño, no se ha hecho expectativas sobre un lugar por conocer, cargando en su mente una leyenda al respecto, y cuando por fin lo conoce, no logra conciliar lo que debe ser con lo que es? Esto le pasó a Jimaai (que significa joven), el personaje del cuento Jimaai en la tierra del maíz (2002). Esta vez es un narrador omnisciente quien registra toda la aventura, introduciendo los efectos del mundo onírico, como una cotidianidad más dentro de la realidad. Con respecto a esto último, ocurre algo muy especial. Jimaai, en su viaje a la tierra del maíz, que es el mismo Maiko´u pero rodeada por basura de plástico, es recibido por su tío Generaza en su ranchería. Este, desde un comienzo, está interesado en saber si su hermano menor, el papá de Jimaai, soñó con él:

“−¿Qué soñastes?

−Que llevas mucho tiempo enfermo y deseabas conocer a Jimaai”.

Así, de esta manera, hacen traer al chico, que en ese momento está consternado en su inocencia por no comprender que “Maiko´u, lo que tiene de maíz es el nombre, en Maiko´u o Maicao” el maíz sólo se encuentra “En los depósitos del mercado”. Una vez que su tío lo tiene delante, le confiesa que lo ha visto en sus sueños prometiéndole a su madre y a la pequeña Iiwa-Kashí, un saco de maíz y un collar de oro y de piedras semipreciosas respectivamente, cosa que en realidad había acontecido al despedirse de ellas, fusionándose así, lo real y cotidiano con lo onírico, y se intensifica aún más cuando a Jimaai se le presenta el creador de sus sueños al despertarse después de escuchar su voz mientras dormía. Este enfatiza, a modo de consejo, que debe cumplir lo prometido, y para ello debe quedarse en Maicao hasta el cese de las lluvias para sembrar maíz con su padre, “no sin antes apartar los sacos de maíz para tu madre, comprarás el collar de oro y tu´uma y tu promesa será cumplida”.

A medida que la cosecha crece en el real valle de arena dorada, el tío Generaza mejora su salud y Maiko´u, en un punto de su territorio, es realmente la tierra del maíz y el respaldo de los años venideros de Jimaai al lado de Iiwa-Kashí y sus seis hijas que llegan a escuchar con deleite la historia. 

No sé hasta qué punto Sumaiwa, una de las hijas de Jimaai, sea la misma Sumaiwa que aparece en el cuento ¿De dónde son las princesas?, contada por su hermana que, como decíamos arriba, nunca se nos dice su nombre. Si lo es, entonces Estercilia nos quiere decir que por más romanticismo que haya en la historia entre Jimaai e Iiwa-Kashí, la tradición de ofrecer menores de edad por sus dotes a un hombre mayor, nunca se romperá porque serán arrastrados automáticamente por ese ritual. Y si no lo es, el nombre de Sumaiwa sólo sería un guiño para confundir al lector con artilugios literarios.

Por otro lado, hay que resaltar que el efecto de los sueños en la narrativa de Estercilia no se siente (no sé si escribir “no solamente se siente”) como un juego artificial y estético, producto de una maniobra intelectual a lo Occidental, o un adorno de la cultura, porque en realidad hace parte de la vida cotidiana de los wayuu anunciándoles sucesos. Por eso con naturalidad Primeria le cuenta sus sueños a su madre y sus tías; por eso con naturalidad Jimaai le cuenta a su padre el sueño que tuvo con el creador de sus sueños; y con una misma naturalidad responden sus familiares en cada caso sin alterarse. Y es que el sueño en la comunidad wayuu no es sinónimo de fantasía como modernamente se cree, ni es únicamente un evento individual sino colectivo. Por ello dice Juan Duchesne con precisión parafraseando a Perrin: “Las conversaciones matutinas, las despedidas nocturnas, la vida cotidiana toda se permea en esta tradición de narraciones e interpretaciones de los sueños, hasta el punto que los soñadores, por posible efecto de condicionamiento cultural, comparten sueños, se encuentran mutuamente en ellos y convierten esas coincidencias en anécdotas compartidas. El sueño se convierte en otro espacio de reunión, socialización e interacción al que se acude cotidianamente, donde se dirimen conflictos, se evade o se cae en trampas, y se realizan gestiones de todo tipo. Se puede virtualmente citar al prójimo a encontrarse en los sueños para tal o cual propósito” (3).

No se me hace nada extraño, según lo anterior, que la misma Estercilia se mueva con tranquilidad por esos espacios de un mismo mundo cuando afirma lo siguiente: “Quiero comenzar diciéndoles que nunca le creí a mi abuelo sus conversaciones secretas con el diablo, hasta que lo escuché hablando con él” (4).

Con relación al título de la obra como algo completo, el cuento sobre la tierra del maíz activa su justificación, pues en la escena en la cual Jimaai escucha la voz del creador de sus sueños, aparece Pitoko, el ovejito y compañero de infancia de nuestro héroe, en mitad de “un gran valle de arena y brisa que repentinamente envolvió al niño en un torbellino suave”. Pero también se justifica en otro episodio, en ese valle de arena donde crece el cultivo de maíz de Jimaai, vaticinado por el creador de sus sueños. En otros cuentos igualmente hay un asomo para fundamentar el título, como es el caso del relato ¿De dónde son las princesas?, cuando la voz de quien narra recuerda momentos de su infancia: “Cuando niñas […] Nos bañamos en los jagüeyes, corremos por los valles de arena dorada y nuestras huellas son borradas por los vientos del nordeste para convertirlas en dunas del desierto”. Creo que no se trata aquí de escoger cuál de las tres le da el sentido global al libro, porque lo que importa es su plural despliegue semántico.

 

“He concebido que mi literatura es para el mundo, no sólo para los wayuu”.



La obra de Estercilia Simanca no adolece de expresividad, poesía y profunda sencillez, por lo que deja las puertas abiertas a cualquier clase de público a que la lean. Su deseo es que sus cuentos vuelvan de donde vino su fuerza como escritora; de la oralidad. Y en cierta manera ya lo ha hecho, pues Manifiesto no saber firmar… y El encierro de la pequeña doncella, la misma autora se ha encargado de llevarla a las escuelas sin importar que las futuras versiones orales, como es natural, las modifiquen, como si fuera consciente de que lo oral debe volver a lo oral después de pasar por la escritura. En este plano, el de la escritura, a Estercilia le ha valido serias apreciaciones como esta que le brinda Juan Duchesne a propósito de su cuento Manifiesto no saber firmar…, que le abrió caminos para seguir viendo señales, pero que igualmente se puede extender a toda su narrativa, en especial las líneas que cierran la cita de forma sentenciosa: “Este texto maneja con gran sutileza el foco narrativo, que gracias a un estilo indirecto libre hábilmente modulado, oscila casi sin fisura entre el punto de vista de una niña, del wayuu iletrado y la narradora-autora. El tono ingenuo contrasta con la perspicacia de las observaciones para combinar la sátira con la ternura como pocas veces se logra en la literatura contemporánea” (5).

La edición que presenta loqueleo sobre la obra aquí analizada, trae un glosario de palabras en wayuunaiki al final de cada cuento. Esto le permite a la autora a no entrar directamente en disquisiciones didácticas o moralistas en cada uno de sus relatos a través de sus personajes, ni a tener el afán etnográfico, antropológico y sociológico de explicar seres mitológicos como si de un tratado informativo se tratara, su responsabilidad, mas no su misión, como dice ella, es mostrar los problemas universales de su comunidad a través del arte narrativo, y en verdad que lo ha logrado regalándonos un universo propio en temas, situaciones y personajes que se cruzan como en una especie de comercio o plaza de mercado dentro de una esfera hecha de ensueños, noches oscuras y rayos de sol. En Vito Apüshana y Hugo Jamioy he encontrado a unos representantes de sus respectivas cosmovisiones indígenas a través del género poético, en Estercilia Simanca, a una sólida cuentista (que no se deduzca de lo aquí aseverado que nuestra autora wayuu es partidaria de encasillar sus obras en eso que llaman literatura indígena o indigenista, porque ella misma no lo cree así). Soy venado es la novela que Estercilia anda anunciando en varias entrevistas. Esperemos que ese nuevo tejido orientado por Waleker, nos enrede y envuelva en otros finos sueños de arena dorada.

 

Bibliografía


(1) Estercila Simanca Pushaina. Pulowi de Uuchimüin.Ensayo. http://www.latinamericanliteraturetoday.org/es/2018/agosto/pulowi-de-uuchim%C3%BCin-de-estercilia-simanca

(2)                    Extraído de la entrevista que le hace Juan Duchesne a Estecilia Simanca que tituló “Yo no quiero ser un buen ejemplo”. https://www.80grados.net/yo-no-quiero-ser-un-buen-ejemplo/

(3)                  Juan Duchesne Winter. Caribe, Caribana: cosmografías literarias. Ediciones callejón. San Juan, 2015. ISBN 13: 978-1-881748-178-6. Pag, 28.

(4)                     De su mismo ensayo Pulowi de Uuchimüin.

(5)                     De su mismo libro de ensayos Caribe, Caribana: cosmografías literarias. Pag, 71

(6)                     Estercilia Simanca Pushaina. Por los valles de arena dorada. Bogotá. Loqueleo. 2017.

 

Entrevistas audiovisuales

-         Estercilia Simanca Pushaina, indígena documentalista, en Luchadoras. Rompeviento TV. 15/8/2012. https://www.youtube.com/watch?v=Wm7OWnzDlWw

-    Encuentro con Estercilia Simanca Pushaina. 16/5/2020. https://www.youtube.com/watch?v=uw-zKBrxSmI

 

 

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

MICROCUENTO

UN TRANCE LITERARIO

UNA EPIFANÍA LITERARIA HUILENSE