DOSTOIEVSKI: UNA CAÓTICA VIDA ENTREGADA A LA LITERATURA
Advertencia
La fusión entre biografía y literatura que paladea el
título del presente ensayo, se deriva de
lo que ya es aceptado generalmente por los biógrafos; la tesis de que muchos de
los episodios de la vida de Dostoievski, están reflejados en sus obras, por
ello el trabajo tendrá dos aristas: una periférica, donde a medida que se vaya
avanzando en la mención de dichos
acontecimientos biográficos, se les vaya relacionando con su extrapolación en
algunas de sus obras, pero como decíamos, de forma periférica, pinceladas,
comentarios generales sin entrar en detalles de profundidad, porque el centro y
núcleo recaerá sobre la novela Crimen y
castigo, sobre ella es que se hará
un análisis técnico, estructural y de estilo.
Lo
abominable y místico en Dostoievski: una fusión de biografía y literatura.
Dedicado a Pedro Manuel Nieto Osorio,
admirador de Dostoievski.
“Toda
conciencia es una enfermedad.”
Dostoievski. Memorias del subsuelo.
- ¿Cree usted ahora en la vida eterna de ultratumba?
- No, pero sí en la vida eterna aquí.
Dostoievski.
Los demonios.
Por:
Freddy Mizger.[1]
30 de octubre de
1821, 10 de febrero de 1881. Entre estas dos fechas, mar y fuego, como las
fuerzas de amor y odio en Empédocles, se convulsiona la vida y obra del
escritor ruso, experimentando y conociendo “la pobreza, la enfermedad, la
cárcel, el destierro, el asiduo ejercicio de las letras, los viajes, la pasión
del juego y, ya en el término de sus días, la fama. Profesó el culto de Balzac.
Envuelto en una vaga conspiración, fue condenado a muerte. Casi al pie del
patíbulo, donde habían sido ejecutados sus compañeros, la sentencia fue
conmutada, pero Dostoievski cumplió en Siberia cuatro años de trabajos
forzados, que nunca olvidaría.” El adverbio “nunca”, sumado a la transformación
del verbo olvidar de la anterior cita extraída del prólogo Borgeano[2] Los demonios, de Fiodor
Dostoievski, es clave y no es fortuita para el desarrollo espiritual y
literario del autor de Crimen y castigo.
Suele equipararse
a Dostoievski como un escritor escabroso, oscuro, huraño, de sufrimientos y
odios, y hasta de ternuras y puerilidades por momentos, pero todo esto
universalizado por su obra literaria, teniendo como material los avatares de su
vida extrayendo lo esencial, dándole así, una nobleza a la miseria, por eso fue
catalogado como el artista del sufrimiento.
El escritor del
alma rusa, o el poeta como le dice Stefan Zweig en su memorable biografía[3], viene al mundo en un
asilo en el cual vive sus primeros dos años, en Moscú (después su padre
comprará una propiedad). Es el segundo de los siete hijos en unión de un hombre
de origen noble y de una mujer aldeana, “clase de profesionales pobres de
cuello blanco,” como dice William Somerset Maugham en su ensayo: Dostoievski y Los hermanos Karamazov.[4] A sus quince años muere su
madre de tuberculosis, lo que implicaba quedar en manos de un padre de mal
carácter (alcohólico, brutal con sus trabajadores), un terrateniente y médico
militar que fue asesinado por sus siervos en 1839, como la muerte y decadencia de
un tirano en manos de un pueblo vilipendiado y subyugado, como una especie de símbolo
de la futura caída del zarismo.[5] Aunque antes de morir
logró convencer, después de varias discusiones sobre literatura en el confort
hogareño, que Dostoievski fuese enviado a estudiar ingeniería militar a
regañadientes a una escuela donde sólo admitían hijos de descendencia noble (enviado
junto con su hermano Mijaíl, del mismo nombre que su padre, siendo aquél
rechazado por su pobre condición física, quedándose Dostoievski solo sin
recibir un peso para sus cosas necesarias).
A los 18 años, que
es cuando asesinan a su padre, Dostoievski comienza a trabajar en el
departamento de ingeniería del ministerio de guerra y a tener una vida de
gastos, y en poco de un año queda con deudas para toda la vida. Hay que
resaltar que su padre era de esos hombres que creían en una educación austera,
severa, con el objetivo de preparar a sus hijos al encuentro con el mundo, y
eso fue lo que le dejó a su hijo, las herramientas para enfrentarse a las
vicisitudes de la vida, pero el heredero las utilizó para despilfarrarlas en
amigas, teatros y ballet. Aparte de
esto, ya adolescente,
“Dostoievski se interna
en el variado y peligroso mundo de los libros ––este eterno refugio de todos
los descontentos, asilo de todos los desdeñados––. Lee incesantemente, con sus
hermanos, día y noche ––ya entonces era el insaciable en quien toda inclinación
se exaltaba a extremos de vicio––, y este mundo fantástico de los libros le
aleja más todavía de la realidad. Lleno del entusiasmo más apasionado por la
Humanidad, es, sin embargo, huraño y retraído hasta traspasar los linderos de
lo patológico, brasa y hielo a la vez, fanático de la soledad más peligrosa […]
solitario siempre y poniendo su asco en todos los placeres, su sentimiento de
culpa en todos los goces, siempre mordiéndose los labios […] prisionero de los vicios misteriosos de la razón y de
los sentidos.”[6]
Es lo que nos dice
Zweig en su biografía con respecto a esta etapa de su vida, reflejando esa
timidez, soledad y amargura, en sus primeras obras en sus personajes, casi
siempre en ausencia del amor convencional, como es el caso de Ordinov, el
personaje de su novela La patrona.
Así transcurre su
juventud, cuando a los 23 años escribe con amor al sufrimiento, Pobres gentes. Estamos en los años cuarenta
del siglo XIX y se respira en el ambiente la relación con los campesinos. Pobres gentes es una obra que inhala y
exhala, por medio de la correspondencia entre dos personajes, Varvara y Makar,
opiniones sobre la sociedad y sus devenires como personajes que viven en la
estrechez económica. Belinski, el crítico del momento, alaba la obra como una
nueva creación llamada novela social, y
lo impulsa a una fama en San Petersburgo. Según Zweig, Pobres gentes lo lee primero su amigo Nekrasov, que a su vez se lo
muestra a Belinski, quien desconfiado lo lee (pues Nekrasov le había anunciado
un nuevo Gógol); debo suponer que recibe el manuscrito con la típica actitud de
mirar por encima de los hombros y la de estar precavido por las fiebres románticas
de la juventud. Según Maugham, Nekrasov está en compañía de un tal Grigórovich
al comienzo, mientras Dostoievski se come las uñas. En fin, Belinski lo lee y queda
atónito. Como decíamos, la fama se le viene, pero con el orgullo y la
presunción, acarreándole la amistad con Belinski, transfiriendo luego esta
animadversión en su novela Humillados y
ofendidos a un personaje referenciado con la inicial “B”. También se le
viene ─lo que debemos suponer en todos los escritores después de su primer
éxito, o en cualquier labor en general─, el miedo al fracaso en su segundo
intento, y es cuando empieza a escribir por contrato, creciendo a su vez sus
deudas, sumándose a esto su eterna enfermedad de desorden nervioso, lo cual
hizo que produjera obras fracasadas, haciendo que el público lo dictaminara con
agudeza, según Maugham. Parece ser que lo único que escribió con total
libertad, sin la presión de algún pedido, fue Noches blancas. A propósito de esta repentina fama, dice en una de
sus cartas de correspondencia: “Estoy aturdido: no vivo ni tengo tiempo de
reflexionar. Se me ha creado un renombre dudoso, y no sé hasta cuándo durará
este infierno.”[7]
Sigue su juventud
y abraza las manifestaciones socialistas con sus reuniones clandestinas en pro
de la emancipación de los siervos y la abolición de la censura, aunque según
André Gide, es muy difícil establecer su política de ese entonces. En fin, el
23 de abril de 1849, es arrestado por la policía zarista mientras daba lectura
en voz alta de algún discurso, junto a otros 20 revolucionarios, y son
condenados a 8 meses en prisión en las rejas de Pedro y Pablo; según Maughan
por un error, según Borges por una vaga conspiración. Lo cierto es que fueron
sentenciados a ser fusilados en la plaza de Smirna, de tres en tres, él era el
sexto, ya el sacerdote como un funcionario los invitaba a besar la cruz, con
arreglo fúnebre y todo, cuando justo a tiempo llega un mensajero por órdenes
del zar, revocando la sentencia por otra que consistiría en trabajos forzados
en Omsk, Siberia, por cuatro años (el mismo sitio donde va a parar Raskolnikof
en Crimen y castigo, descrito con
excelente prosa en el epílogo). No sabemos si la
orden imperial se hizo con la intención de infundir el temor en Dios, o por
enterarse que había un joven escritor entre los revoltosos, el caso es que le
tocó vivir con presos de verdad, con malos olores, intentando dormir con más de
30 presidiarios, entre criminales, ladrones, homicidas, etc., que se levantaban
junto con él para partir alabastros, trasportar tejas, palear nieve; sin fama,
sin buena salud, sin libertad, sin publicar, dejándole leer sólo la biblia. Es
en este momento de su vida en que el poeta ensalzado por Stefan Zweig, extrae
su motivo literario: el sufrimiento como redención, encontrar la humanidad en
el sufrimiento; la culpa, el pecado y el crimen que ve, escucha y siente en los
diálogos con sus compañeros de prisión, le hacen elevar la redención, intuir a Cristo
como símbolo de la Humanidad, asomarse a la salvación espiritual, intimidando en
Dostoievski su espíritu altanero y arrogante, por la gracia de este sentimiento de terror, la de sentirse un
nuevo Job, con una vida de antiguo testamento, como lo atestigua muy
poéticamente su aficionado biógrafo vienés. Nuestro escritor ruso llega incluso
hasta decir que su cautiverio en Siberia le había curado, por eso su
agradecimiento con el zar manifestado en escritos laudatorios.
Maugham, desde una
perspectiva más práctica, pone en duda el valor espiritual del sufrimiento para
alcanzar la felicidad, llega hasta creer que el Dostoievski que salió de
prisión es el mismo que ha entrado, y se pregunta si el escritor ruso tenía
razón o no al pensar que el sufrimiento limpia y refina el carácter:
“En cuanto al sufrimiento físico, mi
experiencia es que una enfermedad larga y dolorosa vuelve a la gente
quejumbrosa, ególatra, intolerante, mezquina y celosa. Lejos de hacerla mejor,
la vuelve peor. Por supuesto sé que hay algunos, y yo mismo he conocido a uno o
dos, que en una larga y penosa enfermedad, de imposible recuperación, han
demostrado valor, generosidad, paciencia y resignación; pero poseían esas
cualidades con anterioridad. La ocasión las reveló. También existe el
sufrimiento espiritual. Nadie puede haber vivido por mucho tiempo en el mundo
de las letras sin haber conocido hombres que habían tenido éxito y que luego,
por una u otra razón, lo pierden. Esto los vuelve taciturno, amargados,
resentidos y envidiosos. Sólo se me ocurre un caso en el que esta desgracia,
acompañada como lo es por esas humillaciones que sólo conocen quienes las
presencian, fue soportada con valor, dignidad y buen humor. El hombre de quien
hablo sin duda tenía esas cualidades antes, pero la máscara de frivolidad que
usaba evitaba que uno las percibiera. El sufrimiento es parte de nuestro
destino humano, pero esto no lo vuelve menos malo.”[8]
Otro cantar y
percepción es la de Stefan Zweig, quien se mantiene hasta el final en su
potente biografía resaltando la angustia del espíritu para llegar a la humildad
por medio del sufrimiento, sin importar lo que se haga, ya sea matar, odiar, robar,
etc., y que no es como escribe Maugham, el sufrimiento para alcanzar la
felicidad, porque a los personajes de Dostoievski no les importa ser felices o
buscar la felicidad, quieren todo y nada, el mundo de este escritor parece un
hospital de enfermos nerviosos, gozan con el martirio, el sufrimiento y el
dolor, todo acontecimiento en sus vidas son como instrumentos para las
vivencias internas:
“Dostoievski no es sólo un mártir del
contraste, que es también su misionero. En el arte, como en la vida, su pasión
es fundir los dos extremos, hermanar la más cruel, la más desnuda, la más fría
y la más sucia de las realidades con los sueños más nobles y más sublimes.
Quiere que en todas las cosas terrenas sintamos el soplo divino: en el
realismo, la fantasía; en lo sublime, lo vulgar; en el espíritu aéreo, la
amarga sal de la tierra, y todo siempre a un tiempo mismo. Quiere que gocemos
de la vida en sus dos polos, como él mismo la goza y la siente, sin apetecer
tampoco aquí la armonía ni la transacción. En ninguna de sus obras falta ese
desgarrón donde con un detalle impío echa por tierra la exaltación más ideal y
pone ante lo más sagrado de la vida la mueca sarcástica de la vulgaridad.”[9]
Dos concepciones
un poco diferentes, pero entendamos la duda que arroja Maugham, como una forma
de aterrizar el éxtasis místico del sufrimiento, cosa que me parece positiva,
humana y beneficiosa para la crítica. Pero hay algo que no resalta con mucho
énfasis el biógrafo inglés, o sí lo resalta pero en relación a los fracasos de
su producción literaria después de la publicación de Pobres gentes ya mencionada más arriba, nos referimos a sus crisis
nerviosas transformadas en epilepsia, después de su estadía nada agradable en
la prisión de Pedro y Pablo en Siberia[10], enfermedad nada fácil de
sobrellevar cuando se ha padecido la privación de la libertad y el tormento que
se carga en la consciencia como una marca indeleble pasada por el fuego, es
decir, no es solamente el haber sobrevivido a la cárcel, sino el seguir
viviendo ahora con una epilepsia que le hace padecer el acercamiento constante
con la muerte. Zweig, más allá que Maugham, analiza la intromisión de esta
enfermedad en su vida para elevar aún más su teoría de la redención por el
sufrimiento:
“Nada hay que pueda compararse a ese
triunfo de las fuerzas espirituales de la vida sobre un cuerpo mísero y
achacoso. No olvidemos que Dostoiewski era un enfermo; que su obra eterna,
forjada en bronce, salió de miembros rotos y caducos, de nervios convulsos,
trémulos y excitados. En este cuerpo se alojaba, clavado a él el más terrible
de los males: la epilepsia. Dostoiewski fue epiléptico durante los treinta años
de su vida de artista. Trabajando o conversando, en medio de la calle y hasta
dormido, se le clavaba en la garganta la mano de “el demonio que estrangula” y
le derribaba contra el suelo, la boca espumeante, con tal violencia que muchas
veces se hacía sangre. Su nerviosidad le hacía presentir, ya en la infancia, en
raras alucinaciones, en momentos crueles de tensión de espíritus, el relámpago
del peligro; pero el rayo de “la enfermedad sagrada” fue en el presidio donde
se forjó. La sobreexcitación increíble de sus nervios estalla aquí con fuerza
elemental y como en todas sus desdichas, como la pobreza y la privación, esta
miseria física permanece fiel al poeta hasta su muerte. Mas lo admirable es que
la víctima no se resuelva nunca ni exhale la menor protesta contra el tormento.”[11]
Dostoievski llega
incluso a adorar como una especie de trance místico, sus ataques de epilepsia,
comparándose con Mahoma, que también sufrió de esta enfermedad viendo en sus
ataques el éxtasis del paraíso, “Mahoma no mentía. Yo puedo aseguraros que
estuvo de verdad en el Paraíso durante uno de sus ataques epilépticos… No sé si
este segundo de delicias dura horas, pero podéis creerme que no lo cambiaría
por todas las satisfacciones de la Tierra”[12]
No solamente
padece sus crisis epilépticas, no solamente saca de ellas su visión redentora
del sufrimiento, sino que la extiende a sus obras adjudicándolas a sus
personajes, como es el caso del príncipe Murin y Ordínov en La patrona de 1847, Nelly en
Humillados y ofendidos de 1861, Mischkin en El idiota
de 1868, Kiríllov en Los
demonios de 1872 y Smerdiakov en Los hermanos Karamázov de 1879-80. Se dice también que en
sus horas de escritor, cuando dejó en limpio su novela Los demonios, un ataque de epilepsia le hizo olvidar los sucesos y
hasta el nombre del personaje central, sólo después los vino a recobrar para
caer en otros momentos con nuevas crisis. Por eso no es de extrañar que deba a
su enfermedad el zumo de su talento adherido a su paso por la cárcel, cosa que
Maugham se permite dudar.
Pero lo que sí
queda claro, es que esta experiencia de ex presidiario lo marca, tanto es así
que una vez salido de prisión y el haber prestado seis años más de servicio militar
en una plaza de Siberia, sale como todo un defensor de la autoridad establecida
y vuelve a levantarse publicando Memorias
de la casa de los muertos, recuento de sus vivencias de presidio, haciendo
llorar al zar y a la juventud con la lectura. Para colmo, comienza a escribir
poemas y panfletos de elogios al imperio para recuperar su libertad, como ya
habíamos mencionado, llegando hasta publicar una revista literaria con su
hermano Mijaíl en Moscú (el conocimiento del mundillo de las editoriales, le
hace recrear este tema en Crimen castigo
(cuarta parte, tercera división), por medio de Razumikin, el amigo de
Raskolnikof, que, inflado por amor a Dunia, hermana de este, plantea el
proyecto de invertir en publicaciones y traducciones de autores de indudable calidad,
y así ganar imagen delante de ella con una idea ingeniosa).
Pero vayamos más
despacio. En sus seis años de servicio como soldado raso después de la prisión,
conoce a María Isaeva, madre de un hijo, mujer apasionada, pobre, delgada, con
tuberculosis; lo que le daba un toque febril y romántico, pero con un carácter
del mismo talante que Dostoievski; impaciente y neurótico ambos. Fue su amante
mientras su marido tuberculoso y bebedor, moría en la distancia en un puesto fronterizo
debido a un traslado. En fin, se casa con ella en 1857 (¿otra desgracia?), dando
como resultado un matrimonio miserable como ya ustedes habrán pensando. Tampoco
María Isaeva escapa a sus transformaciones literarias, pues en Humillados y ofendidos, es una de sus
heroínas donde aparece el mismo Dostoievski “retratándose a sí mismo bajo la
forma de Iván Petrovich, un literato novel y sin recursos, hundido en el
anonimato.”[13]
También su primera esposa es recreada en Crimen
y castigo en Catalina Ivanovna, la viuda de Marmeladof, un borracho y
miserable, retrato del ex marido de María Isaeva.
En estos avatares
escribe y publica con permiso por su condición de ex convicto, situación nada
fácil para él. En 1859 regresa a San Petersburgo, sin dinero, con nuevos
ataques de epilepsia, y es cuando empiezan sus alabanzas al zar. Luego con su
estadía en Moscú, toma la batuta junto a su hermano Mijaíl en el manejo de la
revista literaria llamada Tiempo y
publica Memorias de la casa de los
muertos, ya relacionada, junto a Humillados
y ofendidos. Viaja a Europa dejando la revista a cargo de su hermano,
termina por comprobar que occidente no le gusta, viviendo la soledad de las
buhardillas, leyendo siempre periódicos rusos por el efecto de la nostalgia y
la añoranza, por lo que vuelve a su patria natal. Pero antes del aburrido
viaje, conoce y se siente atraído por una mujer en San Petersburgo de carácter
fuerte e infernal (como algunas de sus heroínas), de 20 años, hablamos de Polina
Suslova, que según la descripción algo literaria y sarcástica de Maugham, era
“virgen y hermosa, pero para mostrar que era de ideas avanzadas, llevaba el
pelo corto y usaba gafas negras.”[14]Una vez que Dostoievski la
seduce, la revista es clausurada debido a un artículo nada oficial, un
malentendido según André Gide, y decide viajar por segunda vez a Europa con la
excusa de tratar su enfermedad pidiendo prestado al Fondo para Autores
Necesitados; citó a Polina en París y ubicó como una cosa a su esposa cerca de
Moscú, aunque la excusa más inminente era la de poder jugar a la ruleta en Wiesbaden,
Alemania, y poder aplicar un método de predicción que consistía en un cálculo
azaroso de los números en el juego descubierto por él mismo. De esta manera acude
a la ruleta, también con la idea de complacer los caprichos de Polina que lo
esperaba en París, mientras que en Vladimir, un pueblo cercano a Moscú, su
esposa agonizaba con la tuberculosis. Debemos aclarar que Dostoievski no juega solamente
por complacer a Polina, sino por un impulso ciego de querer estar siempre al
borde de algo, sin parar de perder, como los cuchilleros en Borges siempre cerca
de la muerte. Polina, cansada de esperar, se va con otro, con un joven español
que estudiaba medicina, que, cuando lo abandona, vuelve con Dostoievski y luego
lo deja por aburrimiento. Al volver a Rusia en 1863, seis meses después muere
María Isaeva de la misma causa que María Fiódorovna, la madre de Dostoievski,
un mes después de la publicación en 1864 de Memoria
del subsuelo. En una de sus cartas escrita a un amigo dice “[…] fuera del
hecho de que fuimos infelices viviendo juntos, nunca perdimos el mutuo amor
entre nosotros, sino que nos sentimos más unidos mientras más desgraciado
éramos,”[15]muy
típico del escritor parecerse a sus personajes en sus tensiones y
contradicciones humanas, demasiado humanas.
Cerca cerca se le avecina la muerte de su hermano Mijaíl a
causa de una corta enfermedad, el hermano con el cual había fundado una revista
y a quien le escribía con afectuoso amor en sus años de cautiverio. Tiene 43
años y en su mente late la muerte de su esposa y su hermano, asumiendo las
deudas de éste y ayudando a la viuda cuñada y su hijo. En 1865, acuciado por
las deudas con sus respectivos acreedores, pide un adelanto para su próxima
novela al Fondo para Autores Necesitados y vuelve a la ruleta en Wiesbaden y
vuelve y pierde, acudiendo incluso a los amores de la ya lejana en el recuerdo,
a Polina Suslova, ofreciéndole incluso matrimonio; obviamente fue rechazado, ya
no era un autor famoso, no tenía la editorial, tenía 45 años, estaba calvo y
sufría de epilepsia. Pidió prestado a
Turgueniev, a quien detestaba al igual que a Tolstoi por sus vidas aburguesadas
de escritores que viven y producen sus obras en la comodidad, sintiéndolo él con
una especie de envidia. El préstamo es otorgado y con ello envió a Polina a
París quedándose solo en Wiesbaden un mes más. Al poco tiempo, en medio de la
desdicha, la enfermedad y la miseria, pide favores de dinero a Polina por
escrito, pero ella andaba ocupada con nuevos amores. En medio de todas estas penurias físicas,
emocionales y mentales, comienza a escribir en contra del tiempo y bajo el
látigo; Crimen y castigo. Era el año
de 1866, la novela a pesar del título no es policial, su ambiente es, como ya
lo hemos vislumbrado, el mundo de la consciencia y sus crisis espirituales con
una especie de anti héroe. Es más, las pesquisas sobre el asesinato, que el
lector sabe desde un comienzo que iba a suceder y quién lo haría de una vez en
la primera parte, son un apéndice del efecto global y existencial de la obra,
como en El túnel de Sabato, donde sabemos
que Juan Pablo Castel es quien mata a María Iribarne desde la primera página y que
ni siquiera se mencionan pesquisas policiales, porque lo que importa es el tema
de la agonía existencial.
A su vez, contra el tiempo
también, pero en otro sentido, recuerda un viejo compromiso editorial, el de
escribir en un mes una novela, al cual ya le habían dado un adelanto, si no
cumplía, por contrato le tocaría entregar los derechos de autor a su editor por
el curso de nueve años sin recibir un centavo. Por ocurrencia de un amigo,
contrata a una taquígrafa llamada Ana Grigorievna, mujer cariñosa, de 20 años,
eficiente, devota y ahorrativa, pero fea según Maugham. En fin, la novela El jugador (ya el título remite a su
pasión por la ruleta y a sus amoríos infernales con Polina, e igualmente Ana,
pero en su novela Los demonios, como
único retrato literario), se escribe en 26 días y en el año de 1867 le pide matrimonio
a su amanuense. La viuda de su hermano y
sus dos hijos le hacen la vida imposible a Ana y ésta convence a Dostoievski
para mudarse al extranjero, y se instalan en Baden-Baden, en la misma Alemania de
Wiesbaden. Lo que sigue se capta en el aire: se da cuenta de la epilepsia en la
noche de boda varias veces, crecen las crisis emocionales y físicas, maltrato
hacia Ana, se entrega nuevamente a la ruleta apostando sus joyas y ropas, las
de Ana (escena que recreará en Crimen y
castigo, empeñando para subsistir y comiendo poco, de ahí sus desmayos, por
el hambre y la presión mental de sus crisis emocionales y morales), reanuda las
cartas dirigidas a Polina y los deudores detrás de él: Ana se guarda su
abnegación y queda embarazada perdiendo el bebé a los tres meses en Ginebra, pero
no pasa igual con el segundo y otros más. La escasez sigue su cauce, Dostoievski
presta a cualquier conocido para sobrevivir. Crimen y castigo ya había pasado su momento y empieza a escribir El idiota, con el cual comienza a
recibir una mensualidad independiente del poco éxito que alcanzó. Luego escribe
El eterno marido y Los demonios, y
agotado el crédito, se ven nuevamente en apuros, viéndose obligado a pedirle a
su editor un nuevo adelanto, éste se lo ofrece, pues de igual modo sólo iban
dos series y el público estaba a la espera. Con el nuevo adelanto, la familia
de Dostoievski regresa a Rusia, definitivamente sin gustarle Europa occidental,
y Los demonios le granjea el respaldo de los reaccionarios en contra de
los jóvenes radicales, lo que una vez él fue, convirtiéndose en todo un maestro y profeta ruso,
con un optimismo nacional proclamando una especie de Rusia para todo el mundo,
con el apoyo de una editorial oficializada llamada El ciudadano, y con la
administración de su esposa Ana Grigorievna en los asuntos editoriales y
económicos, logra tener una vida más llevadera y tranquila hasta el final de
sus días.
Hasta aquí hemos
ido un poco a la ligera para hacernos algunas preguntas, como por ejemplo: ¿qué
clase de persona fue Dostoievski? Poco importa decir algunos adjetivos porque
lo que menos nos interesa es juzgarlo moralmente, podríamos decir junto a
Maugham, que fue un “vanidoso, envidioso, pendenciero, receloso, servil,
egoísta, indigno de confianza, desconsiderado, estrecho e intolerante.”[16] Y podríamos agregarle
también el de caritativo, pues el mismo Maugham reconoce más adelante que fue
condescendiente con los mendigos y algunos amigos cuando no tenía lo suficiente
para sobrevivir él mismo, cosa que también recreó en Crimen y castigo, en la escena en la cual Raskolnikof se desprende
del dinero enviado por su madre para subsistir y los entrega para cubrir los
gastos del funeral de Marmeladof, el padre de Sonia, quien vive en la miseria
junto a su familia prostituyendo su cuerpo cuando la necesidad la arrastra.
Pero, ¿fue Dostoievski un buen
escritor porque sufrió mucho? ¿Hay que comprenderlo un poco por esto? Sí, y no.
Sí en el sentido en que supo sacarle provecho a sus padecimientos y
sufrimientos para convertirlo en material humano con carácter universal. Y no
en el sentido en que no se requiere solamente de los avatares de su vida para
escribir buenas obras, sino de lecturas previas, de técnicas y estructuras
literarias con un fin artístico, a base de ensayo y error, no es que por la
mera “inspiración” produjo todo lo que produjo teniendo como motor sus sufrimientos,
pues también se requiere de una asidua formación literaria. Sus traducciones de
Balzac y Schiller fomentaron su desarrollo gradual como escritor, igualmente
fueron decisiva sus estudios sobre las utopías de Fourier, Owen y Saint –
Simon. Por otro lado, se sabe por su correspondencia que corrigió de forma
exhaustiva hasta la desesperación y la agonía.
Hoy resulta para
muchos agobiante leer sus extensas obras, aparte de Crimen y castigo y Los hermanos Karamazov, el resto de sus novelas
tienen sus lectores especiales. Lo que más se respira y se dice en la atmósfera
de la actualidad es que están cargadas de párrafos y hasta de capítulos
innecesarios, lo tildan, como Maugham, a pesar de reconocer su grandeza, de
sensacionalista más que realista, que los diálogos y comportamientos de sus
personajes son exagerados, que lo grandioso del escritor ruso está en sus
escenas y no en su obra como totalidad, o el caso del señor De Vogüé, citado
por André Gide en su estudio sobre la correspondencia de Dostoievski, quien
recuerda las palabras de aquél cuando escribe que el poeta ruso “No descansa
nunca; fatiga […] agregad a esto la necesidad de reconocerse […] resulta de
ahí, para el lector, un esfuerzo de atención, un cansancio moral.”[17]Pero volvamos a Maugham:
“Como sus cartas lo demuestran, creía implícitamente
en esa misteriosa entidad que llamamos inspiración, y contaba con ella para
escribir lo que vagamente veía con su visión mental. Ahora bien, la inspiración
es problemática. Es más posible que surja en pasajes aislados. Para construir
una novela se necesita un sprit de suite, ese sentido lógico con el que se
puede disponer del material en un orden coherente, de modo que las diferentes
partes se sigan una a otra de forma creíble para completar la totalidad, sin
dejar cabos sueltos. Dostoievski no tenía gran capacidad para hacer esto. Es
por eso que lo mejor suyo está en las escenas. Poseía un notable don para crear
suspenso y dramatizar una situación […] Con esa prolijidad que no podía corregir
él mismo, Dostoievski se complace en larguísimas conversaciones; pero aunque
las personas involucradas se expresan con un abandono tal que a duras penas se
puede creer que los seres humanos se comporten así, casi siempre subyugan […]
Sus personajes se agitan fuera de proporción con las palabras que pronuncian.”[18]
Vayamos por parte.
Hay que establecer que William Somerset Maugham no pretende en su ensayo
criticar a Dostoievski como si se tratara de martillar contra un yunque. En la
introducción deja claro que la gran mayoría de las novelas del siglo XIX, se
publicaban por entregas mensualmente en revistas, sintiéndose los autores presionados
por el público y la editorial, con la obligación de llenar cierto número de
páginas, esto, las fechas límites y la urgencia de rellenar, traían como
consecuencias imperfecciones en grandes novelas que ahora se leen con
impaciencia. Es decir que Maugham alaba al novelista ruso junto a otros de su
lista de escritores decimonónicos teniendo en cuenta sus situaciones en
relación con las presiones editoriales lo más humanamente posible. En el estudio que le hace André Gide a la
correspondencia de Dostoievski, deja muy claro esta cuestión de escribir a
presión cuando se refiere a su gran obra Los
hermanos Karamazov, nueve años antes de escribirla,
“esa futura novela me
atormenta desde hace ya más de tres años; pero no la comienzo porque quisiera escribirla
sin apresurarme, como escriben los Tolstoi, los Turgueniev, Los Gontcharov,
pues no tengo ninguna obra escrita con libertad […] Temo no tenerlo pronto;
estar atrasado. Quisiera no echar a perder todo por mi prisa. Verdad es que el
plan está bien concebido y estudiado; pero se puede estropear todo por
demasiado apresuramiento.”[19]
Lo anterior muestra el desespero y la incomodidad económica
del escritor ruso. Pero lo que nos interesa es seguir con el lineamiento
expuesto por Maugham tomando cierta distancia. En primera medida, el novelista
inglés no quiso entender que en Dostoievski la suma de las escenas generan el
aura de la gran obra, que es una empresa holística, por eso está bien ajustado
el cierre del prólogo que le hace Borges a Los
demonios cuando menciona que “En el prefacio de una antología de la
literatura rusa, Vladimir Nabokov declaró que no había encontrado una sola
página de Dostoievski digna de ser incluida. Esto quiere decir que Dostoievski
no debe ser juzgado por cada página sino por la suma de páginas que componen el
libro.”[20] Lo cual también quiere
decir que cada capítulo con sus respectivas situaciones bien delimitadas, se acumulan
intencionadamente por parte del autor para lograr el efecto bola de nieve
buscando esa aura de redención y sufrimiento del cual hablábamos más arriba, es
decir que no es un defecto, sino un logro literario buscado. Tomemos un ejemplo
de la primera parte de Crimen y castigo, donde
cada división con un episodio bien limitado, va sumándose a la otra para así
lograr al final, la preparación y el clímax del asesinato. Primero nos presenta
la buhardilla donde vive su personaje llamado Raskolnikof y su deuda con el
alquiler, cosa ya medio deprimente. Segundo, el encuentro con un borracho
miserable llamado Marmeladof. Tercero, la lectura de una larga carta de su
madre donde se trasparenta tristeza y falsas alegrías. Cuarto, cuando sale a la
calle después de leer la carta para respirar aire libre y organizar sus ideas,
termina enfrentándose con Svidrigailov, de quien sospecha querer abusar de una
quinceañera en estado de embriaguez. Quinto, la pesadilla que tiene sobre un
caballo asesinado por su dueño a punto de látigos en el cuerpo y los ojos,
donde se extiende como si fuese algo real, como un preámbulo de horror de su
plan en asesinar a Alena Ivanovna, la usurera. Sexto, la preparación del plan
de asesinarla con un hacha, donde todo se le da como por una fuerza del
destino, llegando hasta la puerta de la usurera. Y por último el asesinato.
Segundo, sus extensos diálogos por parte de
sus personajes no están reducidos solamente a exageraciones al igual que sus
comportamientos dudosamente verosímiles, puesto que también se debe a otros
factores que tienen que ver nuevamente con su propuesta literaria, la de
apuntar todo hacia las crisis del alma, de la psique y sus recovecos
irracionales, con sus personajes desorientados, perdidos, como espejo de
nuestras miserias y actos inconscientes, donde los personajes parecen de
pesadilla sin dejar de ser humanos a pesar también de lo simbólico en ellos,
donde sus vidas mentales quedan descubiertas en pocos días, por eso sus
diálogos dramáticos uno los acepta a pesar de sus exageraciones, porque están
insuflados, atravesados por una especie de esencia y fuerza vital que sale de
la misma vida de Dostoievski, de su afán de sublimación y mística furia, por eso
sus obras de madurez no son sólo técnica, es vivencia existencial, por algo
Stefan Zweig titula una parte de su ensayo biográfico “Arquitectura y pasión”
en lo referente a la creación literaria misma, porque no se trata nada más de
un hombre diestro en la narrativa de su tiempo con cierto dominio sobrio del
estilo y la estructura, no apoltronado en el trono de la comodidad como
Turgueniev y Tolstoi, sino que todo está contagiado de un impulso de animal
enjaulado. Sus posibles torpezas están justificadas por esa imbricación entre
vida y obra, biografía y literatura; un amasijo violento. Por eso sus
personajes brillan, por los entresijos de su mismo creador, de ahí que los ponga
hablar, a confesar; lo auditivo en sus obras es clave, porque por medio de la
palabra sentida y sufrida fue que auscultó a sus compañeros de prisión, no como
un entrevistador frío y cientificista, sino como un hombre más entre ellos que
escuchaba cuando se daba la espontaneidad, la espontaneidad de esas gentes
podridas de pecados, de maldad, pero que a su vez buscaban un refugio. Tal vez
por eso el escritor ruso se apega a los diálogos, porque en ellos está el
desenterrar una miseria escondida, la miseria que nos hace sentir que es de
todos, por eso “En Dostoievski no hay paisaje, no hay sedativo en que se afloje
la tensión. El cosmos de este poeta no es el mundo, sino el hombre, y sólo el
hombre […] Su esfera es el mundo del espíritu y no de la Naturaleza; su mundo,
la pura Humanidad.”[21]Debido a esto y por muchas
cosas es que no sentimos a sus personajes plásticamente, como muñecos, porque en
ellos vibran ideas transformadas en consciencia, en actos. Sus personajes son
emanaciones de la sensibilidad torturada, retorcida y mórbida del mismo
Dostoievski. En fin, la vida palpita en ellos. Por lo anterior es que debemos
entender a sus personajes, que constantemente se humillan y se confiesan en el
momento justo, como una catarsis del sufrimiento y el tormento, casi siempre
entre humanos y poco ante una deidad, hasta llegar al extremo de dejar en el
olvido a personajes secundarios como Anastasia, la sirvienta del alquiler,
cuando surgen las escenas de los diálogos en las visitas al personaje de Crimen y castigo, quedando incluso ella como
un objeto más del cuchitril en donde viven, que hasta el mismo lector la olvida
sin querer por la fuerza misma de la conversación. Es como si el autor viajara
por nuestra consciencia por medio de la consciencia de los personajes recorriendo
círculos dantescos, y esto nos hace pensar, a propósito de Dante, si La Divina comedia no es más que un viaje
alegórico de nuestros estados mentales, que el infierno, el purgatorio y el
paraíso están dentro de nosotros, como lo sostuvo Swedenborg, el místico sueco,
y no literalmente en alguna realidad metafísica, por eso no es de extrañar que
Dostoievski sea el Dante de nuestras consciencias, todo a una vez, infierno y
paraíso, flor y lodo. A propósito de estos recovecos por la consciencia, Gide llega
hasta establecer tres regiones o fases en la novelística de Dostoievski; la
intelectual, donde reside la maldad y el sufrimiento, es decir el infierno; las
pasiones, que se da en el diario vivir; y, por último, el momento que se llega
a la redención por el sufrimiento, donde lo individual vislumbra lo eterno, lo
universal de la vida, dando como fruto un optimismo enloquecido, al decir de
Gide. Por consiguiente, no debemos asombrarnos, pensando en la primera faceta,
que personajes como Raskolnikof e Iván Fiodorovitch en Crimen y castigo y Los
hermanos Karamazov respectivamente, como también Kirilov en Los demonios, sean personajes de una fuerza
intelectual que llegan a darle muerte a alguien, aunque en Iván la situación se
da indirectamente, pues el responsable material del acto parricida es su
hermano Smerdiakov, pero es sobre Iván quien recae la responsabilidad
intelectual. Además de esto, ambos, Raskolnikof e Iván, conocen el oficio de la
intelectualidad con la producción de ideas, este con su crítica de que las
torturas y sufrimientos de los niños no tiene justificación alguna dentro de la
armonía universal cristiana; ningún paraíso justifica semejantes vejámenes. Y
aquel con su tesis de los hombres ordinarios y extraordinarios, aquellos para
hacer referencia a los hombres común y corriente, al hombre cotidiano, y estos
últimos para relacionar a los hombres que encarnan una idea en una revolución,
justificando, si es el caso, las vidas de varios hombres por el bien de ese
ideal, como es el caso de las guerras de independencia republicanas, todo lo
anterior para llegar a una cuestión crucial; ¿hubiese matado Napoleón como un
acto individual a Alena Ivanovna, la usurera egoísta y salvaje con sus intereses
y plusvalía inhumana, sin el renombre e ideal de una nación? ¿Por qué cuando se
trata de matar en nombre de un ideal la fama no juzga moralmente la victoria y
sí cuando se trata de un individuo a otro, como es el caso de Rakolnikof?
Dejamos la inquietud para las futuras lecturas o relecturas de cada uno de
ustedes y así puedan dilucidar esa tensión entre lo social e individual.
Tercero. Por otro
lado, tampoco es muy justo colocar la producción narrativa de Dostoievski entre
movimientos literarios como lo intenta Maugham de forma un poco maniquea cuando
trae a colación el realismo vs sensacionalismo, diciendo que el escritor ruso
es más lo segundo que lo primero por lo de las exageraciones en los comportamientos
de los personajes, pues vemos este sensacionalismo como un símbolo que apunta,
como ya lo decíamos, a un efecto literario más global, y no al dramatismo por
el dramatismo.
En la cuarta
división titulada El sentido de su destino del ensayo de Stefan Zweig ya
mencionado, se puede deducir la siguiente pregunta: ¿qué diferencia Tolstoi y
Goethe de Dostoievski? Respondemos con el mismo texto: que el ruso es
dionisiaco, Tolstoi y Goethe son, respectivamente, un didáctico de la moral y
un buscador de la armonía borrando los contrastes,
“Dostoievski, en cambio, apasionado en su
dualismo como en cuanto es testimonio de vida, no quiere remontarse a la
armonía, que para él significa estancamiento, y, lejos de disolver sus
contrastes en la unidad de lo divino, los acentúa todavía más, los polariza en
Dios y el Diablo […] para éste poeta la vida no es otra cosa que una descarga
eléctrica entre los dos polos del contraste. Todos sus gérmenes, los buenos y
los malos, los nobles y los malignos, todos fecundan, todos florecen y
fructifican en el trópico de su pasión. Deja que sus vicios crezcan como
hierbas salvajes, que sus instintos, sin ponerles freno, por criminales que
ellos sean, galopen por la vida. Idolatra sus vicios, su enfermedad, sus malos
sentimientos; ama el juego y su instinto de voluptuosidad, que no es, al cabo,
más que una metafísica de la carne, la voluntad de gozar hasta el infinito.”[22]
Su visión teórica
no es nada nueva, pues ya Heráclito había postulado la unión y lucha de
contrarios. Lo que sí nos parece bien acotado, es la expresión de Zweig con eso
de “metafísica de la carne”, pues de eso se trata, de un discurso del cuerpo y de
lo que se ha llamado “aberraciones” desde lo moral y lo oficializado, de sus
secuelas vergonzosas al igual que las llamadas “virtudes”, todo dentro de un
mismo saco o paquete. Por eso se le debe a Dostoievski, que el tema del amor ya
no sea un ideal romántico, idílico, sino un pretexto para remover corrientes
metafísicas, ímpetus y relámpagos de irracionalidad, donde la carne y el
espíritu jamás se armonizan, donde el repudio, el desprecio y el escarnio,
vitalizan la felicidad paradójicamente, llegando incluso a la unión de lo
abominable y virtuoso, por eso Gide llega a decir, a propósito de esto, que
“cada una de esas veleidades contradictorias se consume, y, por decir así, se
desprecia, se desconcierta por su propia expresión y manifestación, para dejar
lugar, precisamente, a la veleidad contraria.”[23]En fin, una contradicción
humana nunca reducida a una unidad racional. Nada más ejemplar que el potente
capítulo IV de la quinta parte donde Raskolnikof le confiesa a la joven y
miserable Sonia, con todo el peso de la existencia y la agonía, utilizando
Dostoievski su técnica de la sugestión, su vergonzoso asesinato, es un
encuentro lleno de contradicciones y justificaciones por parte de Raskolnikof,
donde amor y odio a sí mismo, tienen el anhelo de lo redimido, no ante un Dios,
sino ante otro ser humano, a sabiendas que arriesga el rechazo de Sonia por su
acto abominable, como una especie de autoflagelación moral, sin duda es el
capítulo más emblemático y central de la novela, donde se manifiesta la posibilidad
e imposibilidad de estar por encima de la moral como el superhombre de
Nietzsche, que en el epílogo se resuelve por un seguir viviendo sin
arrepentirse por lo que hizo, pero jamás por un final armonioso y moralejo.
También es
recurrente en sus novelas, que los personajes algunas veces no sepan a qué
impulso racional o irracional deben sus pensamientos o comportamientos, como lo
atestigua el siguiente párrafo de Crimen
y castigo[24],
donde Raskolnikof va rumbo a casa de su amigo Razumikin, el mismo amigo que dos
meses antes de la escena que citaremos, evadió en una acera de la calle su
encuentro por pura amargura y soledad: “La razón de saber por qué se dirigía
entonces a casa de su amigo le causaba tormento mayor de lo que a sí mismo se
confesaba; ansiada dar algún sentido siniestro a esta marcha, en apariencia la
más sencilla del mundo.”
Otro rasgo
característico de las obras de Dostoievski, aunque no de forma global sino
específica, es en lo concerniente a las escenas donde la narración se trastoca
entre el sueño, el delirio y la realidad, donde lo sentimos como precursor de
Kafka, como en la escena de la pesadilla sobre la muerte del caballo a
latigazos, o aquella del mismo Crimen y
castigo[25],
donde el delirio le hace ver cosas donde tal vez no las había, confundiendo,
psicológicamente, el pasar del tiempo; lo que había pasado en un mes cree
haberlo experimentado en un día. También es un maestro en la descripción de
rasgos físicos y morales de los personajes, como esta descripción[26] del amigo, por hipocresía,
de Pedro Petrovitch, el prometido de Dunia, la hermana de Raskolnikof:
“Andrés Semenovitch estaba empleado en un
Ministerio. Pequeño, desmedrado, escrofuloso, tenía el cabello de un rubio casi
blanco y llevaba patillas en forma de chuletas con las cuales estaba orgulloso;
casi siempre tenía malo los ojos. Aunque en el fondo era una bella persona,
mostraba en su lenguaje una presunción a menudo rayana con la temeridad, lo que
hacía extraño contraste con su aspecto enfermizo. Se le consideraba, por lo
demás, como uno de los inquilinos comme
in faut porque no se embriagaba y pagaba con puntualidad su pupilaje.
Aparte de estos méritos, Andrés Semenovitch era en realidad bastante necio. Un
arrebato irreflexivo le llevó a afiliarse bajo la bandera del progreso: era uno
de esos numerosos incautos que se enamoran de las ideas de moda y desacreditan
con sus majaderías una causa a la cual se han unido sinceramente.”
Estas
descripciones en Los hermanos Karamazov, son
llevadas a la cúspide de la maestría sin discusión alguna.
Cuenta Maugham
(citando una correspondencia del filósofo y escritor ruso Nikolái Strajov con
Tolstoi, a propósito de la vida y obra de Dostoievski en la cual estaba
trabajando el propio Strajov, que a su vez fue utilizada por Aylmer Maude en su
biografía sobre Tolstoi, historia comentada también por Gide en su estudio
sobre Dostoievski, e igualmente Rafael Cansinos Assens en su prólogo al
capítulo póstumo de Los demonios traducido
por él), que en cierta ocasión Fiódor Mikhailovich Dostoievski estuvo
involucrado en un episodio de violación de una niña, no sin antes haber
catalogado a Dostoievski de malo, pervertido, envidioso, de ridículo y de
miserable en la carta, la cual sigue así:
“Los actos sucios lo atraían y él se
regocijaba en eso. Viskovatov (un profesor) me contó que Dostoievski una vez se
había vanagloriado de haber ultrajado en el baño a una niña pequeña, que su
institutriz le había llevado […] Y con todo esto, era propenso a un
sentimentalismo empalagoso y de altisonantes sueños humanitarios, y son estos
sueños, su mensaje literario y la tendencia de sus escritos, lo que hace que lo
queramos. En una palabra, todas estas novelas tratan de exculpar al autor,
demuestran que las más obstinadas vilezas pueden existir codo a codo con los
sentimientos más nobles.”[27]
Lo anterior nos
hace pensar aún más que Dostoievski parece uno de sus personajes y viceversa, y
aunque sea un rumor lo citado, su abominable acto, lo cierto es que lo recreó
en sus obras, en Crimen y castigo con
el personaje Svidrigailov y en Los demonios
con Stavrogin. En la famosa escena de Crimen y castigo, la maestría del ruso
consiste en no utilizar nunca palabras como violación, acoso, morbosidad, no,
porque juega con la sugestión (como en el capítulo antes mencionado, donde
Raskolnikof se confiesa ante Sonia), sugiere la morbosidad como una adivinanza,
no lo dice directamente. En la escena, Raskolnikof, después de haber leído la
larga carta de su madre que lo abrumó, sale a caminar con la intención de
encontrar un banco y refrescar su mente, pero delante de él va una joven de
quince a dieciséis años tambaleándose, buscando reposar su supuesto estado de
embriaguez en un banco. Raskolnikof nota algo extraño en la joven que le gusta y
tiene la intención de sentarse a su lado cuando se da cuenta que no es el
único, que también un señor elegante, de unos treinta años, está estudiando a
la joven para lograr ciertas intenciones con ella, a lo que Raskolnikof se
percata y se enfrenta con el señor disuadiéndolo de forma eufórica a que se
largue porque ha notado sus intenciones, Raskolnikof se dirige a él por su
nombre, cuando es un personaje que nunca ha aparecido hasta el momento en la
historia, lo que da entender que lo conoce y sabe qué tipo de hombre es. Incluso
este personaje, Svidrigailov, vuelve a relucir más adelante entrando de nuevo
el tema de su gusto por las niñas, primero en forma de rumor por terceros
relacionado con una violación, y segundo con un sueño tentador y simbólico que
tiene con una niña de cinco años que se transforma en prostituta. Pero como
hemos dicho, todo está sugerido, insinuado de forma indirecta, jamás
Dostoievski cae en la ingenuidad de querer ser un provocador, de provocar por
provocar, sin tener en cuenta una técnica o táctica escritural por aplicar, no,
se cuida de eso, porque sabe que no quiere incurrir en amarillismos sin tacto
literario, por eso mismo cuando le toca describir el prostíbulo por donde paseaba
a veces por aburrimiento Raskolnikof, lo describe sin mencionar directamente la
palabra prostíbulo. Este juego de sugestión, también lo hace con los nombres de
los personajes sin avisar nunca, en unas Raskolnikof se llama también Rodia o
Rodion, y así con otros personajes, exigiéndole al lector ser más activo,
invitándolo a deducirlo en el contexto de la lectura.
Siguiendo con el chisme y rumor
del supuesto ultraje, se ha llegado hasta decir que el episodio Fiódor se lo
contó a un amigo por remordimiento y éste le sugirió que se lo contara a alguien
que detestara y nuestro escritor acudió a Turgueniev, a quien odiaba sólo por
ser occidental, rico y exitoso. En fin, llevó a cabo su confesión y ante el
silencio de Turgueniev, se exasperó y terminó diciéndole que se odiaba a sí
mismo pero que lo odiaba aún más a él, yéndose sin decirle adiós, como si fuese
una escena de sus novelas. También se comenta que el hecho de habérselo contado
como ficción a una joven que cortejaba y el haberlo introducido en sus obras,
es lo que le hace pensar a Maugham que todo fue una invención para hacer una
caricatura de su odiado colega de letras. Igualmente Rafael Cansinos Assens
tampoco cree que semejante acto haya sido ejecutado por Dostoievski, que el
famoso capítulo póstumo titulado “Visita
a Tihon (La confesión de Stavrogin)”, de la novela Los demonios, que trata sobre el estupro que comete el personaje Stavrogin
con una niña de 10 años, son productos necesarios del arte, y que en su tiempo
fue censurado antes de la posible publicación en reunión privada con el editor
Katkov, sin importarle los argumentos estéticos esgrimidos por el autor,
trayendo como consecuencia la eliminación de dicho capítulo en las futuras
ediciones mientras vivió el escritor ruso. Sólo después, en 1906, por escritos descubiertos
por la viuda Anna Grigorievna, fue dado a conocer en privado a Aleksandr
Merechkovskin el famoso relato, y en
1921 a incluirse en las siguientes ediciones. Las razones que da Rafael
Cansinos Assens para no creer que esas confesiones del personaje Stavrogin sean
confesiones de Dostoievski, son las siguientes[28]: 1. Que son chismes de
segunda mano sin pruebas lo que delata la carta de Strajov. 2. La indignación
que refleja la carta de la viuda de Dostoievski ante semejante difamación es
sincera, que si hubiese sido cierto el rumor y lo del capítulo póstumo, no se
hubiera exasperado y no hubiese demostrado tanto furor o calor. 3. En el caso
que hubiese comentado ese hecho con alguien o no de confianza, lo pudo haber
hecho en un momento de estado patológico. 4. Las inducciones psicológicas no
son consecuencias necesarias y condenatorias por no tener pruebas. 5. El
capítulo con su historia abominable, era necesario desde el punto de vista
artístico para el desarrollo del personaje Stavrogin, cosa que no quiso
entender la editorial por cuestiones moralistas hacia el público. 6. Si no
destruyó el capítulo fue por obsesiones literarias que incluso había venido
trabajando desde Humillados y ofendidos, inclusive
desde su juventud.
Existe otra
posición de Cansinos apoyándose en los análisis de Brodskii, la de que
Dostoievski decidió no incluir el capítulo por el impedimento de las rígidas
leyes de la creación literaria y su misterio, pues a las alturas de la historia
en la quinta parte, donde el desarrollo
espiritual de Stavrogin ya pintaba a suicidio, ya no era convincente darle un
giro a su personaje hacia una conversión divina y mística o hacia el pueblo
ruso, y prefirió guardarlo para un futuro relato de un gran pecador que nunca
escribió. Esto contradice el punto 5 y al acontecimiento, la reunión que tuvo
Dostoievski con la editorial en nombre de Katkov, pues, ¿qué sentido tiene,
bajo esta perspectiva, dar argumentos a favor de la inclusión del capítulo ante
las directivas de la editorial si lo tiene destinado para otro logro literario?
Cansinos Assens no da cuenta de este bache, a no ser que Dostoievski se haya
decidido después de debatir con Katkov. Verdad o mentira, lo que importa es que
sus aberraciones y la de sus personajes, están elaborados con la arcilla de la
literatura de forma universal, con una exigencia estética y artística, impersonal
hasta donde puede, pues, ¿quién no ha tenido ensoñaciones irracionales?, ¿no es
esto universalmente humano? ¿No les suena algo la famosa frase que tire la
primera piedra quien esté libre de pecado? Por otro lado, puede existir la
posibilidad de que dicho acto abominable los haya escuchado en la prisión y los
complementa con sus ensueños literarios, como es el caso de la famosa escena ya
descrita en Crimen y castigo. Así,
Dostoievski ha dejado un legado de ese mundo escabroso en escritores como
Ernesto Sabato, pero esta vez con el artificio del narrador en primera persona.
Recordemos la primera parte de El túnel,
cuando en boca de Juan Pablo Castel, Sabato le hace decir lo siguiente:
“La frase "todo
tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas,
sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante
frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar
preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo
tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan
horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y
crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz
que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.”
Es de esta
memoria, de este fluir, de la cual habla Dostoievski en Memorias del subsuelo y que hace parte del epígrafe del presente
trabajo, hablamos de que según el ruso, “toda conciencia es una enfermedad”, queriendo
decir que en los momentos más sublimes hay un ímpetu que pugna en actos
inconvenientes, vergonzosos, esto nos recuerda nuevamente a El túnel, cuando Juan Pablo Castel nos
comenta el día en que él visita a su madre en el hospital y se da cuenta que
por más que lo que está haciendo es sublime, se asoma un acto de vanidad; la de
llegar puntual y sentirse un buen hijo por ello, avergonzándose.
No sabemos si
Dostoievski abusó o no de la joven puberta, pero lo que importa es que los
actos ignominiosos, vergonzosos y abominables, los convierte en alegorías
universales de la especie humana junto a un afán de sublimación espiritual por
medio del sufrimiento, sublimación que llega a ser incompleta e indefinida,
como una entelequia, un ideal, un anhelo y vislumbrar mental, al respecto dice
Cansino Assens con precisión: “La transformación moral, íntima, completa, no
llega nunca a consumarse. Raskólnikov, por ejemplo, va al presidio, sí, se
confiesa y se entrega, pero su actitud moral no cambia. Hay expiación, pero no
regeneración.”[29]
Tan obsesionada fue este afán de sublimación en Dostoievski,
que en sus últimos años de vida entregados a su visión nacionalista de una Rusia
para todos, una Rusia-Dios, una Rusia-Cristo, ve en este delirio, otra especie
de redención Humanitaria, proclamando que incluso Europa, la Europa que nunca
le gustó por ostentosa, debe reducirse a la gran alma rusa, a su ortodoxia para
aldeanos; política y fervor religioso en un solo ímpetu. Rusia la salvación del
mundo, la redentora, o como recuerda André Gide
en boca del mismo Dostoievski, viendo a Europa no apta para reunir todas las
ideologías en una sola nación: “Considera el alma rusa “como un terreno de
conciliación de todas las tendencias europeas.””[30] Es como si después de
haber pasado por la fe en el escepticismo, ateo y creyente místico a la vez,
sin resolverse por uno o por otro bando, padeciéndolo ambos, pasara a una fe en
la nación-Dios, exigiendo que no debe haber duda por amor a lo Humanitario,
levantando una humilde mentira por encima de su angustia polarizada en
constante conflicto, en favor de la Humanidad, donde la nación reemplaza a
Dios, y lo único que quiere Dostoievski es, como dice Zweig, “ahorrarle los
dolores de la consciencia libre y arrullarla en el ritmo muerto de la
autoridad”[31],
de ahí su fe sin dudas metafísicas y angustiosas, una entrega genuina de parte
del pueblo, aunque el pueblo mismo necesite de salidas más prácticas y menos
místicas. ¿Pero de dónde saca Dostoievski esta nación Rusa-Cristo-Dios?, del
padecer genuino de los mujiks, es decir de los campesinos eslavos, idealizado en
Dostoievski por un pasado ruso antes de la apertura de occidente u oriente, con
un aislamiento geográfico que hacía pensar en una Rusia armónica, libre del
racionalismo greco-latino y su ostentosa corrupción medieval, donde ese pueblo eslavo, sin contaminación
alguna, lleva el germen del campesino redimido, el que vio en el tormento de
sus compañeros de prisión, y que creía que en ella estaba el futuro de Rusia,
por eso lo tildaron de eslavófilo, porque esta profesión de fe ocultaba una
especie de raza única, una forma de superioridad étnica.
Tres semanas
después de la muerte de Dostoievski debido a sus hemorragias internas, con un
entierro masivo, donde asistió gentes de toda clase, como él había soñado, ver
unida a su país fraternalmente, o como la vio en su gran discurso a propósito
de la muerte de Pushkin el 7 de junio de 1880, a siete meses de su muerte, tres
semanas después, decíamos, el zar cae asesinado por la revolución, como si el
pueblo reviviera aquellos siervos que asesinaron al padre déspota del escritor
ruso, o como la manifestación de ese sentir puro eslavo, como si se tratara de
una vuelta al “buen salvaje” de Rousseau, a una vuelta del estado natural de su
genuina gente rusa, que para muchos encarna la revolución de octubre.
Hemos querido
tomar como directriz la novela Crimen y
castigo por el simple hecho de ser la más asequible y juvenil, de un
público más general, y a pesar de que se nota un poco las varillas de su
estructura y armazón, su intención temática atraviesa toda clase de humanas
imperfecciones, cosa que ya no pasa con su gran historia de Los hermanos Karamazov. Pero cosa
extraña, Crimen y castigo, son de
esas pocas novelas que se les disfruta más en el recuerdo, obviamente posterior
a su lectura, que en el momento mismo de leerla, es decir que al recordarla se
nos presenta sólo su esencia temática, quedándonos un no sé qué de angustia,
ese no sé qué que traspasa su estructura y situaciones acusadas de dramatismo,
por la fuerza misma de su mensaje. Aunque de igual modo todas sus obras de
madurez refleja la temática y biografía aquí expuesta, como un axioma que se
demuestra en diferentes historias pero manteniendo una obsesiva unidad sin caer
en la repetición. Los biógrafos aún no se han puesto de acuerdo sobre la
reconstrucción de su infancia por medio del mismo rastreo en sus obras porque
no hay con qué relacionarlas con datos reales, pero existe un estudio
preliminar de la editorial Bruguera en su publicación de la novela El jugador, cuyo título funcional es
(lástima el título para un buen trabajo): Fedor
Dostoievski: datos biográficos, de Teresa Suero, fechado en 1969, especialmente
en la parte subtitulada “relación vida-obra, donde se atreve a dar el paso de
dicha reconstrucción, muy limitada por cierto, partiendo de la tesis ya
aceptada universalmente por la crítica, de que las obras del escritor ruso
recrean episodios de su vida, atrevimiento que tal vez no le hubiese gustado a
Maugham, quien sostenía y creía en el desconocimiento de su pasado infantil.
La vida tal vez no
necesariamente tiene que ser amada desde el sufrimiento, conocemos personas que
se toman la vida de forma descomplicada, no tan en serio, pero a sabiendas de
que han sufrido. Tal vez a Dostoievski se le puede objetar su visión sufrida y
masoquista de la vida, aunque suene raro, nunca pesimista, pues en su
correspondencia, cuando habla de sus días en prisión, hace alusión a esa fuerza
o ímpetu de seguir viviendo, o el mismo Raskolnikof, ya en la cárcel, en
Siberia también (en el epílogo de la novela), cuando piensa en el suicidio y en
las veces en que se le ocurrió tirarse al Neva y sin embargo nunca lo hizo,
llegando a concluir que este pensamiento, el del suicidio, el intento de
suicidio como tal, contiene el germen de un nuevo concepto de la vida, como
preludio a una revolución y resurrección de la existencia, prefiriendo la vida
eterna aquí en la tierra, como hemos querido reflejarlo en el segundo epígrafe del
presente ensayo extraído de su novela Los
demonios, cosa que no sucedió con Svidrigailov suicidándose con un balazo
en la sien (fracaso del superhombre por no soportar sus aberraciones). Pero no
se trata en este estudio de una teoría general de la vida según el ruso, sino
de entender la comunicación, el puente que hubo entre su estadía por este mundo
y su producción literaria al igual que su alegoría a nuestro mundo de la consciencia,
por ello no es de extrañar que Nietzsche haya dicho de él, en El Ocaso de
los ídolos, en el acápite 45, que ha sido el único a quien le ha aprendido
algo de psicología, “él es uno de los más bellos golpes de suerte de mi vida,”
y también por eso es de admiración, que André Gide haya dicho, con pareja
justicia, que “No sabe justamente lo que es. No llega a conocerse más que a
través de su obra, por su obra y después de su obra […] Dostoievski no se ha
buscado nunca; se ha dado perdidamente en su obra. Se ha volcado en cada uno de
los personajes de sus libros, y es por eso que en cada uno de ellos se le
encuentra […] No conozco un escritor más rico en contradicciones y en
inconsecuencias que el propio Dostoievski […] Si hubiera sido filósofo en lugar
de novelista, habría tratado seguramente de poner sus ideas en orden, y
nosotros habríamos perdido lo mejor.”[32]
[1] Egresado de la
universidad del Atlántico en filosofía, Barranquilla Colombia.
[2] BORGES, Jorge Luis. Obras completas IV tomo. Buenos Aires. Emecé. P. 573.
[3] ZWEIG, Stefan. Tres
maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski. Librodot.com. https://allaboutrousseau.files.wordpress.com/2015/10/zweigstefan-tres-maestros-balzac-dickens-dostoiewski.pdf
[4] SOMERSET MAUGHAM,
William. Diez novelas y sus autores. Bogotá. Norma. P. 275.
[5] Según
Wikipedia, los siervos enfurecidos tras uno de sus brutales arranques de violencia provocados por
el alcohol, lo habían inmovilizado y obligado a beber vodka hasta que murió
ahogado. Otra historia sugiere que Mijaíl murió por causas naturales, pero que
un terrateniente vecino suyo inventó la historia de la rebelión para
comprar la finca a un precio más reducido.
[6] ZWEIG, Stefan.
Op, cit., P. 41-42.
[7] GIDE, André. Dostoievski.
Ediciones Ercilla. Santiago de Chile. 1935. P. 32. https://es.scribd.com/document/239259064/Dostoievski-Por-Andre-Gide
[8] SOMERSET MAUGHAM, William. Op, cit., P. 304.
[9] ZWEIG, Stefan.
Op, cit., P. 71.
[10] En su
artículo de 1928, «Dostoyevski y el parricidio», Sigmund Freud señalaría
que el sentimiento de culpa del escritor ruso, el de haber deseado la muerte de
su padre antes de su asesinato en manos de sus trabajadores, fue la causa e
intensificación de su epilepsia.
[11] Ibid. P. 49.
[12] Ibid. P. 50.
[13] Lo citado hace parte del estudio preliminar de la novela El jugador, de la editorial Bruguera, Barcelona, de 1974, cuya autora es
Teresa Suero y el título del texto: Fedor Dotoievski: datos biográficos. P. 23.
[14] SOMERSET
MAUGHAM, William. Op, cit., P. 283.
[15] Ibid. P. 284 – 285.
[16] Ibid. P. 294.
[17] GIDE, André. Dostoievski.
Op, cit. P. 3.
[18] Ibid. P. 299 – 300.
[19] GIDE, André. Op,
cit. P. 6 - 7.
[20] BORGES, Jorge Luis. Op, cit. P.
574.
[21] ZWEIG, Stefan.
Op, cit., P. 73 – 74.
[22] Ibid. P. 53 – 54.
[23] GIDE, André.
Op, cit., P. 66.
[24] IV división,
primera parte.
[25] Tercera
división, segunda parte.
[26] Primera
división, quinta parte.
[27] SOMERSET
MAUGHAM, William. Op, cit., P. 292.
[28]CANSINOS ASSENS, Rafael. Prólogo a la traducción del capítulo censurado; La confesión de Stavrogin de la novela Los demonios de Dostoievski. https://grandeseducadores.files.wordpress.com/2015/10/1871-_la_confesion_de_stavroguin.pdf
[29] Ibid. P. 4.
[30] GIDE, André.
Op, cit., P. 15.
[31] ZWEIG, Stefan.
Op, cit., P. 93.
[32] GIDE, André.
Op, cit., P. 30.
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