CÉSAR VALLEJO: POETA DE SU PROPIA MUERTE
VERSOS DE DOLOR Y ESPERANZA
Filósofo
de la Universidad del Atlántico
Barranquilla,
Colombia
César
Vallejo. Nunca un poeta se me había impuesto como una esencia antes de leerlo.
Tanto es así que no logro establecer cuándo fue la primera vez en que por lo
menos su nombre se asomó en el horizonte de mi consciencia, como supongo debió
ser la sonrisa y el dolor del primer hombre primitivo en los campos y mares de
la vida abierta y profunda. Ahora que su biografía y sus poemas se tejen en mi
memoria, surge el sentirlo como un poeta andino, proletario y hermano de todos
(con las profundidades complejas de la vida), como si lo hubiéramos conocido
mucho antes de todos haber nacido.
Siendo
el menor de once hermanos en una parte de un Perú a finales del XIX —Santiago
de Chuco, 1892, para ser más exactos—quiso estudiar medicina y terminó
abrazando las Letras, no sin antes haber trabajado en las minas y en una
hacienda con absoluto fracaso. “Romanticismo en la poesía castellana” fue el
título de su trabajo de joven universitario en 1915. La nobleza y alma de estos
estudios, lo llevó a ser maestro de primaria, camino que lo condujo a publicar
sus primeros poemas de carácter didáctico. Heredero y producto del modernismo,
nace en 1919 un libro de poemas que en parte subvierte lo estetizante y lo
adornado, en donde lo coloquial se asoma con festiva ironía, y la fragmentación
de imágenes, tímidamente, hacen su presencia. Hablo de Los heraldos negros,
obra de una modernidad que no se quedó anquilosada a lo que heredó, porque fue
a su vez ventana de lo que se manifestó en Trilce; un modernismo salvaje
con ímpetus de vanguardia.
Prueba
de esa subversión a lo ornamental, fueron estos primeros versos, que luego en
algún cofre quedaron ocultados: “Son esos rudos golpes las explosiones
súbitas / De alguna almohada de oro que funde un sol maligno”, para ser
reemplazados por estos otros, con un sentir más aterrizado, casero y callejero:
“esos golpes sangrientos son las crepitaciones / de algún pan que en la
puerta del horno se nos quema”. O estos versos que golpean suavemente la
gramática, utilizando un solo signo de admiración (esto es casi un común
denominador en toda su obra), y un tradicional sustantivo trastocado por la
muerte: “Tilia tendrá el puñal, / el puñal floricida y auroral!”
El
amor y desamor de una mujer de Trujillo y el oprobio de la cárcel, lo arrastran
para redoblarse en su ya anunciada obra: Trilce, título que alude a
triste y dulce. Es el año de 1922 cuando este libro de poemas conoce la
indiferencia peruana debido a su irrespeto a la sintaxis, a la gramática y a la
academia, un poemario que insultaron de incomprensible y estrambótico, una obra
a nueve años previos a Altazor o el viaje en paracaídas y a diecisiete
años del Finnegans Wake de James Joyce, que hoy juegan y seguirán
jugando como hermanos literarios en el silencio acumulativo y disperso de las
bibliotecas invocado por los poetas. Pocos fueron los que lo entendieron, entre
ellos un filósofo amigo del poeta, que en un ya conocido prólogo a Trilce nos
grita como si fuera Nietzsche quien escribiera: “César Vallejo está destripando
los muñecos de la retórica. Los ha destripado ya. El poeta quiere dar una
versión más directa, más caliente y cercana de la vida. El poeta ha hecho
pedazos todos los alambritos convencionales mecánicos. Quiere encontrar otra
técnica que le permita expresar con más veracidad y lealtad su estilo de vida.”
Los versos que dan cuenta de este estrujar de la lengua y las imágenes
fragmentadas que suscita, en realidad son muchos, pero lancemos algunos al
escenario de estas páginas: “Gallos cancionan escarbando en vano”, “He
almorzado solo ahora, y no he tenido madre, ni súplica, ni sírvete, ni agua […]
/ Y me han dolido los cuchillos / de
esta mesa en todo el paladar”, “Ya la tarde pasó diez y seis veces por el
subsuelo empatrullado”, “Fósforo y fósforo en la oscuridad / lágrima y lágrima
en la polvareda”, “Todos saben… Y no saben / que la Luz es tísica, / y la
Sombra gorda… / Y no saben que el Misterio sintetiza…”.
Siguiendo
con su vida, la causa de su pasado judicial se reabre, su nuevo puesto como
docente lo pierde y nuestro poeta recoge lo que más puede y se embarca para
Europa llevando en su maleta las páginas de Trilce y las montañas de
Perú para nunca volver. La vanguardia que encuentra en Occidente le parece fría
y artificial, porque la que él respiró en la soledad de su cuerpo le había
susurrado una sensibilidad que erizaba y atravesaba lo formal.
París
le ofreció un espacio en los periódicos para publicar artículos y crónicas,
pero también le dio a conocer lo que es dormir en los bancos de las plazas y en
los metros; padecer el insomnio y la angustia, enfermo en un hospital.
Desde
su alejada y cercana Perú, le notifican la absurda orden de su captura y la
prohibición de sus publicaciones en los periódicos de columnas que enviaba
desde París. Esta condición de expatriado por él mismo antes de que lo
expulsara la injusticia peruana, parece el producto de la sufrible y seca
fuerza de sus poemas, “como cuando por sobre el hombro nos llama una
palmada; / vuelve los ojos locos, y todo lo vivido / se empoza, como charco de
culpa, en la mirada.”
También
es en París en donde una nueva crisis de amor y desamor le toca el hombro,
asimismo el marxismo se asoma en sus lecturas quemándolo con su peculiar
romanticismo, sin estar militando casi en ningún partido, logrando en nuestro
hombre el encuentro con una vanguardia más política y humanitaria. Por voluntad
propia viaja a la Rusia de la Unión Soviética, y al volver a Francia publica
una segunda edición de Trilce. Sin embargo, el gobierno francés lo
expulsa por subversivo, y se refugia en el alma de su amada España que le es
tan grata en esta su segunda visita. En el país ibérico se adhiere al partido
comunista. Mezcla en sus poemas, un marxismo con imágenes de un fervor
religioso, nunca panfletario. Aunque regresa a Francia con Georgette Philipart,
la escasez económica lo hace volver de nuevo a España, presenciando en 1936, la
victoria del Frente Popular, e incluso participa en el segundo congreso de
escritores por la defensa y la cultura, con el acompañamiento de Neruda,
Nicolás Guillén, Carpentier, Octavio Paz, entre otros. De estos últimos años es su obra póstuma Poemas
humanos, recogida y supervisada por Georgette y Raúl Porras, y cuyo título
no fue esculpido tácitamente por el fallecido autor, sino que tuvo que
adivinarse de acuerdo a los apuntes dejados por el poeta del dolor y de la
afirmación de la vida a pesar de, entre 1923 y 1937. En Poemas humanos, que
son poemas en verso y en prosa, la esperanza de todos se encuentra estrujada
por la vida y un sentir desgarrador con secas ternuras que atraviesan sus
líneas. Pero también es el resultado de toda una vida y sus obras, porque sigue
experimentando con el lenguaje, la gramática y sus famosas imágenes retorcidas.
Para mayor muestra de tan colectiva contradicción, he aquí algunos retazos de
esa única voz: “Yo no sufro este dolor como César Vallejo. Yo no me duelo ahora
como artista […] Me duelo ahora sin explicaciones […] Si hubiera muerto mi
novia, mi dolor sería igual […] Hoy sufro solamente.”, “Todos han muerto. Murió
doña Antonia, la ronca, que hacía pan barato en el burgo.”, “Fue domingo en
las claras orejas de mi burro, / de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la
tristeza)”, “Considerando en frío, imparcialmente, / que el hombre es triste,
tose y, sin embargo, / se complace en su pecho colorado; que lo único que hace
es componerse / de días, / que es lóbrego mamífero y se peina”, “Hoy me gusta
la vida mucho menos, / pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. / Casi toqué
la parte de mi todo y me contuve / con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.”
“¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte! / ¡Levantarse del cielo hacia la
tierra / por sus propios desastres”, “Alguien va en un entierro sollozando /
¿cómo luego ingresar a la academia? “, “I, desgraciadamente, el dolor crece en
el mundo a cada rato, / crece a treinta minutos por segundo… / crece el mal por
razones que ignoramos / y es una inundación con propios líquidos”. Y cómo
no citar aquellos versos en que juega con su propia muerte acaecida un 15 de
abril (un viernes santo de lluvia) de 1938, a causa de una malaria y con una
tumba en Montparnasse: “Me moriré en París con aguacero, / un día del cual
tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París y no me corro / tal vez un jueves,
como es hoy, de otoño.”
Los
libros de Vallejo, ya sean en prosa o en versos, parecieran ir reinventándose y
ramificándose constantemente en profundas expresiones humanas y conflictivas,
que puede que no sea nada del otro mundo decir que su obra, mirada desde arriba
como Dios ha de ver el mundo, penetrando en sus internas fugas y trazos
temáticos, sea calificada de áspera, huérfana, múltiple, cósmica, extraña,
anónima, nostálgica, traslúcida, desértica,
lacónica, vibrante, distante, lacerante, diferente, inocente, disonante, primordial,
maternal, personal, informal, irremediable, irresponsable, inexplicable,
irreductible, infatigable, natural, terrenal, corporal, temporal, atonal,
luminosa, silenciosa, cautelosa, peligrosa, lluviosa, periférica, filosófica,
enigmática, escéptica, herida, perdida, aguda, profunda, crispada, ausente,
rebelde, errante, salvaje, humilde, enorme, desnuda, absurda, menuda, creativa,
obsesiva, subversiva, colectiva, provinciana, hermana, cercana, eterna, lejana,
central, vital, social, natal, funeraria, temeraria, solitaria, proletaria,
comprendida, atormentada, angustiada, dislocada, arrojada, abandonada,
ilusionada, incomprendida, espiritual, individual, elemental, original,
universal, imperfecta, inconforme, coherente, irreverente, trascendente,
subyacente, violenta, enjuta, sedienta, compleja, perpleja, diversa, dispersa,
lenta, plena, joven, triste, dulce, frágil, febril, débil, libre, seca, voraz,
brutal, carnal, pequeña, sensible, sincera, ambigua, oscura, maestra, minera,
andina, peruana, francesa, española, pero ante
todo y con más claridad, sin dejar de lado su impetuosa rebeldía contra la
gramática; tierna, dolorosa y esperanzadora.
Comentarios
Publicar un comentario