AURELIO Y REBECA: UN BALLET DE ADOLESCENTES

 

TE AMO, PELADITA, UNA NOVELA TAMBIÉN PARA ADULTOS

 

Por Freddy Mizger

Filósofo de la Universidad del Atlántico

Barranquilla, Colombia

 

 

No es de extrañar que los padres cuando acompañan a sus hijos a ver una película animada un fin de semana (anhelado y pedido por sus bellos seres  insistentemente desde un lunes), queden asombrados y atrapados porque la temática les terminó gustando y que no resultó como esas otras donde todo es de color rosa y música patética, donde el drama de la especie humana se muestra sin profundidad y complejidad, casi frívola, y terminen declinándose a aguantar un par de horas de aburrimiento, donde la única opción, después de media hora, sea chatear por celular. Largometrajes animados como Antz (de una temática sociopolítica), Toy Story (donde se asoma la preocupación de si somos una ficción o no), Metegol, La era de hielo, Monsters Inc, Coco, etc., son ejemplos de historias donde el adulto termina enfrentándose a reflexiones serias, encontrándose y desencontrándose con ellos mismos. Esto no quiere decir que no haya películas animadas con un trato comercial y superficial, como también sucede en la literatura (o más bien lo que se ha dado a llamar seudoliteratura), sólo se quiere insinuar que hay un margen de films exigentes en temas, técnicas y estructuras, que nos ofrece un espacio con nuestros hijos o sobrinos, permitiéndonos no sólo distraernos, sino también el de compartir grandes preocupaciones de la especie humana y del universo que nos rodea con nuestros familiares menores de edad. En el campo de la literatura infantil y juvenil, Evelio Rosero y Gerardo Meneses han llevado a cabo este logro al igual que Albeiro Echavarría, escritor paisa que vive y respira actualmente en Cali, con su novela, Te amo, peladita, publicada por la editorial Norma en el año 2018. La obra cuenta la historia de Aurelio Grajales, un jovencito que deja el fútbol para dedicarse al ballet, pasión que descubrió por las redes sociales de YouTube a través de un video en el cual sale un bailarín ruso. A continuación, ensayando en su cuarto a escondidas, le toca aguantar la intolerancia de una paternidad machista y el peso de esta experiencia convertida en recuerdo después de la muerte de su padre en medio de las exigencias académicas y disciplinarias de una escuela de baile con el apoyo de su madre. Debe soportar también, las críticas de sus compañeros de escuela por haber dejado un deporte de hombres y escoger uno de “mariquitas”, demostrando que esto último es una mentira y un gran absurdo. Asimismo, debe soportar la gravitación de las miradas de las niñas de la escuela de ballet (él es el único hombre) y enfrentar sus dudas sobre su sexualidad. Sin embargo, tendrá igualmente la oportunidad de tropezarse con el amor y sus enredos emocionales y mentales, mezclados con la soledad de los libros que más aprecia, junto a las reflexiones existenciales que le genera la lectura y los episodios de su vida.

Albeiro, por medio del sentimiento amoroso y la pasión por un arte como el ballet, se aprovecha, en el buen sentido de la palabra, de estas emociones para sacarles el jugo y colar temas de índole social, política, existencial, metafísica y literaria. Sus dos personajes, Aurelio y Rebeca, por ejemplo, se mueven emocional, mental y simbólicamente entre dos monumentos de la literatura nacional y universal, entre María de Jorge Isaac y Cien años de soledad, y a pesar de que su novela está obvia y cronológicamente después de esos dos emblemas literarios, Albeiro nos lo hace sentir que oscilan como un péndulo entre ellas, y que a su vez cumplen la función de guiño, coquetería e invitación a los jóvenes a leer dichas obras.  

Debo suponer que el fin último de un docente de lengua castellana es que sus estudiantes se quemen las neuronas con la capacidad de asombro, que se contagien con el amor a la lectura o se liberen con una crítica lectura; no sé si Albeiro ha logrado esto con el resto de sus obras por la sencilla razón de que no las he leído todas (sé que lo ha hecho con sus novelas El gran secreto y #atrapadaenlared), pero en Te amo, peladita, doy fe de que hay manos que siembran semillas de asombro y espíritu crítico, que generan el gancho de invitar a leer las obras que menciona su narrador, como es el caso de Servidumbre Humana de William Somerset Maugham, aunque Aurelio no dice el nombre del autor nacido en la embajada británica de París. 

También es de admirar de cómo la novela empieza casi por el final, de cómo deja cabos sueltos, como lo es el desmayo casi inexplicable de la madre de Aurelio, sin él saber de cómo aparece en un hospital con un recuerdo vago de lo acontecido, dejando a un lector activo la curiosidad del qué pasó, y que sólo en unas páginas posteriores, casi al final, se solventan las dudas (algo parecido hace Gerardo Meneses con algunas de sus obras, para dar un ejemplo, La luna en los almendros).

En Madame Bovary, de Gustav Flaubert, hay una escena en la cual Rodolphe Boulanger, un pretendiente de aproximadamente cuarenta años, está cortejando a Emma Bovary en medio de una feria mientras que, de forma paralela, casi simultánea, se corresponde con otras escenas, como la del alcalde del pueblo dando un discurso de apertura y la de los pregones de los vendedores en la feria, tan bien logrado que uno pareciera escuchar el bullicio de la plebe. Algo similar pasa en la famosa escena en la cual Aurelio se cita con su peladita, su nena, la parcerita que más ama, en un parque de Cali, es una escena hermosísima que se conecta estética y estructuralmente con otra en la cual Aurelio da muestra de sus rigurosos ensayos de ballet ante el público y que espero el lector recordará por esta señal: papel mantequilla vs telón de teatro.



No todo es técnica y fría arquitectura en esta obra de Albeiro porque todo está respirado, erigido y lleno de alma, que no es nada raro que, en el caso que la leyera un adulto, sienta que abraza a un viejo amor de su juventud y que de alguna forma siga sintiéndose joven y eterno. 

La injusticia y la corrupción colombiana se asoman en la obra y nuevamente el autor hace de su personaje un valiente en medio de la incertidumbre, un personaje que le toca sufrir la intervención de un país monstruo que mete sus narices y tentáculos en una bella y compleja relación, enturbiándola y conllevándola a un final abierto, que hace al lector preguntarse con miedo en los ojos que leen y recrean el libro con el teatro de la imaginación, en cómo terminará la historia aunque se hayan acabado las páginas.

En ¡Que viva la música!, de Andrés Caicedo, el joven escritor caleño intencionadamente buscó que se encontraran como río y mar, la salsa con el rock en la Cali de los años 70. Albeiro Echavarría hace algo análogo, pero entre la salsa y el ballet en la actualidad. Hay una escena donde la noche está llena de Pedro Navaja y Juanito Alimaña, y bajo esa atmósfera aparece el monstruo de Colombia disfrazado de delincuentes y sicarios, como brazos de un poder central y corrosivo, corrupto y de imperio romano, que vomita una niebla acuosa, una mancha negra expansiva, que no es el conflicto armado de Gerardo Meneses y Evelio Rosero, sino la maquinaria de la corrupción en las ciudades que tristemente entorpece sentimientos tan naturales como el amor que se tienen Aurelio y su peladita.

Cito a continuación, para intentar no borrar, sino suavizar, el horror antes descrito, un pasaje en el cual Aurelio se adentra a ese mundo que parece no ser tocado por estructuras sociales y morales, hablo de ese mundo donde conviven el asombro filosófico y el sentimiento amoroso: “Cuando Rebeca se alejó, me sentí intranquilo y melancólico. La vi cuando dobló la esquina, y me pareció que se perdía en un recodo inaccesible del tiempo. Siempre me ha parecido que vivimos más en el pasado que en el presente. ¿Cuánto dura el presente? ¿Una millonésima parte de un segundo? Lo cierto es que al presente como tal no lo podemos atrapar. Es tan breve que hasta lo podríamos negar. Para no aturdirme con esas ideas concluyo que el tiempo es un invento humano para diferenciar el antes y el después.

“A veces me imagino como si yo fuera un satélite en órbita sobre la tierra. Yo estoy allá arriba observando toda la línea de mi vida. Un enorme presente que comenzó mucho más allá de mi nacimiento y que no sólo me involucra a mí sino a todo el universo, y que no termina en ningún punto porque se expande en todas direcciones. Si no estuviera yo allí, observando, el universo mismo no podría existir. ¿O acaso sí? ¿Podría el universo ser consciente de su propia existencia sin que hubiera de por medio una mente que lo pensara, que lo concibiera, que lo reconociera? Pero me consuelo asegurando que estoy allí; que por un instante soy el observador privilegiado de mi vida y de todas las cosas que me rodean. Y que no habiendo pasado ni futuro, sino un largo presente, soy fiel testigo de otras vidas como la de Rebeca. Porque si yo no hubiera nacido, nada existiría. ¿Qué había antes de que naciera? ¡Nada! El universo tiene sentido gracias a la vida que tenemos y a los hilos que nos unen a otras vidas. ¿Y si ocurre que cada uno de nosotros es una manifestación de una sola conciencia? Pienso eso y al instante me aterrorizo al imaginar que Rebeca se ha perdido en un oscuro pasadizo al que no puedo acceder.”

Si el hijo que nunca he tenido me llegara a pensar cosas parecidas y profundas, rezaría al universo para que esa lucidez no lo abandonara siendo adulto o anciano.

 

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