ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO, ¿SIN DUDA UN EXCELENTE CUENTISTA?
ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO Y SU INTENTO COMO CUENTISTA
Filósofo
de la Universidad del Atlántico
Barranquilla,
Colombia
Gabriel
García Márquez, sorprendido por la calidad literaria de uno de los cuentos de
Álvaro Cepeda Samudio, escribe: “Pero el caso es que lo ha escrito —y ocho cuentos más— con el mismo cuidado con que ha leído, sin que
nadie entienda cómo ni cuándo, a Saroyan y a Faulkner, a Joyce y a Hemingway, y
a todo Pío Baroja y Arturo Barea y Benito Pérez Galdós, y a otros muchos
escritores heterogéneos” (1). Siguiendo la misma línea, Hernando Téllez también
da su parecer cuando dice que: “El pulso literario de este libro carece en
absoluto de ambigüedad […] ¿Cómo ha conseguido el joven escritor realizar su
designio estético?” (2). Muy respetable la valoración de García Márquez y Téllez
a la hora de hablar sobre la cuentística de Álvaro Cepeda Samudio (el libro
aludido por ambos es: Todos estábamos a la espera). Sin embargo, hay
algo de exageración, y el ditirambo se asoma sin filtro alguno. Sería una
injusticia decir que Cepeda Samudio no tuvo en cuenta técnicas, estructuras y
estilos de los escritores mencionados por Gabo, pero otra cosa muy diferente es
que las haya aplicado en todos sus relatos al mismo nivel estético de esos
grandes de la literatura. En el caso de su primer
libro de cuentos, es evidente que no basta con introducir preocupaciones
estéticas, técnicas estructurales y de estilo, si no se llevan a cabo tal y
como dicen la mayoría de sus críticos de forma genial y con un gran nivel
artístico. En Samudio se logra a medias. Lo que hay en la gran mayoría de sus
cuentos es un interesante intento de condensar experimentos literarios que se
quedan, repito, en una más que regular aproximación de lo que ha leído.
En un artículo de El Espectador titulado El retorno Cepeda Samudio,
José Luis Garcés González (3), recurre a unas líneas de Gabriel García Márquez,
que, a pesar de haber sido el amigo entrañable de Álvaro Cepeda Samudio, dice con
honestidad de su obra, que es “inconclusa, desordenada, dispersa y desigual…
pero que le abrió nuevos horizontes a la cultura colombiana”. Si tomamos en
cuenta que Samudio produjo textos periodísticos, cuentos, una novela, textos
sobre cine, y hasta un film, lo de abrir nuevos horizontes es comprensible, pero
en lo concerniente a su libro de relatos, que es lo que nos interesa aquí,
sigue resaltando José Garcés: “…según Gabo, si no es el mejor libro de cuentos
que se ha publicado en Colombia, sí es el más interesante”. Pues claro,
interesante por lo que quiso lograr.
En
Hoy decidí vestirme de payaso, con el cual comienza el libro, la
inverosimilitud de la historia flota a flor de piel. El narrador decide
vestirse de payaso para camuflarse en medio de otros payasos de “verdad
verdad”, burlándose de ellos, dándole a entender también a un supuesto público que
un león y su cola son de cartón, dejando en ridículo al circo. El narrador irrespeta
a todos los integrantes, a excepción de una mujer domadora de caballos, porque al
parecer se siente atraído por ella. En el cuento se brinca de un escenario a
otro, como aquella escena en que el narrador-payaso se va con la mujer hacia un
bar con una guitarra verde. Si hay que salvar el cuento acudiendo al
surrealismo, a un posible experimento vanguardista, asumiendo la falsedad de
las personas como payasos y el mundo donde vivimos con otros como un circo,
entonces su simbología y el efecto buscado no consigue atravesar con potencia
el mensaje que quiso transmitir.
En
su segundo cuento, el cual le da el título a la obra, el ritmo oral del
narrador en primera persona del plural, arranca muy bien en medio de episodios
cotidianos. La escena en la que una de las voces está contando su acercamiento
hacia una chica recrea muy bien el efecto de algunas películas, en esas escenas
en que dos seres se encuentran y lo que los rodea se difumina o aleja, como en una
especie de psicodelia, para enfatizar el deseo del momento. Pero luego vienen
unos cambios temáticos abruptos, y la narración decae.
En
Un cuento para Saroyan, un narrador llamado Al da a entender que está en
Nueva York, sin describirla directamente como en el tradicional realismo, sino
por medio de la mención de unos dólares, una universidad, y un periódico, sin
que la ciudad se imponga con mucha fuerza. En lo narrado se entiende que Al, un
dicharachero estudiante universitario, debe comprar un libro de dibujos con sus
ahorros, pero termina postergándolo después de haberle dicho al del
restaurante, a un tipo de un bar, a una taquillera de cine (a esta sólo la
saluda) y a los trabajadores de la librería que compraría el libro (el diálogo
que sostiene con el tipo del restaurante, desde el punto de vista literario,
parece que viniera de un principiante). Esta prórroga termina justificando el
título del cuento como un homenaje al escritor armenio estadounidense, Willian Saroyan.
También hay guiños a Faulkner.
En
Jumper Jigger, la repetición de este nombre y el onomatopéyico sonido de
unos zapatos bailando sobre baldosas incomodan estéticamente la lectura. La experimentación
modernista y vanguardista desborda sin formas. Un nombre, Joe, aparece de
pronto entre comillas como una especie de anuncio de que va a mostrarse lo que
piensa un personaje, pero la intención no es clara. Es un cuento difícil, pero
no al estilo Faulkner, Joyce o Woolf, sino por no poder llevar a cabo bien lo
que ha absorbido como influencia en estos autores citados. Dice José Luis
Garcés Gonzáles en su artículo, que en este relato se “indaga
en las acciones de los hombres y en las relaciones de éstas con las cosas”. Muy chévere y todo, pero eso no está claro en el texto de forma efectiva.
El cuento Tap Room es igual de problemático, y dejo al lector descubrir
sus deformidades y torpezas, cuando quiere llevar a cabo, pero sin mucho éxito,
experimentos a lo James Joyce, por ejemplo, indicando la simultaneidad de los
pensamientos y las conversaciones de los personajes en un bar, primero, con
puntos seguidos y comas, y luego reproduciendo casi el mismo párrafo, pero sin
los signos de puntuación. Está bien que en este cuento se le exija al lector
ser activo, reconstruir lo que se le ofrece, pero Samudio se pasa; es muy
apresurado creer que ya hizo lo suyo como autor.
Ante
Un nuevo intimismo, asistimos a la angustia de una mujer en el proceso
de traer un hijo al mundo, desde el fluir de su consciencia, y las agonías de
su pareja presenciando el alumbramiento. En este cuento, las expresiones de
desespero que se endilga a sí misma la mujer se repiten sin ningún problema
estético, pero hay dos líneas donde se escriben las palabras unas detrás de
otras, sin espacio entre ellas, como para aumentar más la angustia, y su efecto
literario se acerca un poco a lo que se busca.
Pero
no todo es criticar por criticar, Vamos a matar a los gaticos, nos
recuerda el cuento Los asesinos, de Hemingway, por el fluir de sus
diálogos. Si se es un buen lector se perciben tres personajes. En el caso
contrario se creerá que hay dos, pues Samudio invita a deducir por medio de
pistas quién está hablando sin que se diga directamente en algunos momentos de
la narración. Por otro lado, en vez de utilizar guiones al comienzo de los
parlamentos, recurre a las comillas. En el cuento también se juega con la
maldad en la infancia.
En
cuanto al relato Hay que buscar a Regina, diríamos que es su mejor
logro, su eureka, su “por fin le pegó a una” después de tantos amagues. El
manejo del narrador en primera persona del plural vuelve, y uno percibe cómo
varias personas de un pueblo se van asomando a la narración, un poco in crescendo,
en torno a un episodio sobre la huida de una mujer con su amante, y donde el
lector al final parece quedar al mismo nivel de los chismosos en querer saber
si es verdad lo que se dice sobre la desaparición de Regina.
En
El piano blanco, donde se asoma el eco de Poe, los objetos y las cosas
adquieren más importancia que las personas en la mente de un narrador en
primera persona al enamorarse de un piano. El cuento sería perfecto si no se
repitiera mucho el título en el texto.
Excluimos
sus tres cuentos del apéndice de la última edición, publicados en distintas
fechas antes de Todos estábamos a la espera, y que incluso parecen ser
de un mejor logro literario, más calmado en sus ansias de experimentación.
Hay quienes recurren al argumento de que hay que entender a Samudio
desde los objetivos estéticos de su época, y no exigirle los de hoy. Entonces,
¿por qué sí lo logró Gabriel García Márquez en 1947, siete años antes de la
publicación de Todos estábamos a la espera, con su primer cuento La
tercera resignación, y los que vinieron después hasta 1952, o Hernando
Téllez en 1950 con Cenizas para el viento? Hay otros autores de cuentos
como Gustavo Wills Ricaurte con Tres caminos, Arturo Laguado con La
Rapsodia de Morris, ambos de 1949, y Eduardo Arango Piñares con Enero 25,
de 1955, que, según Fabio Rodríguez Amaya, “echaron luces, mas se quedaron sin
obra” (4). Habría que leerlos para saber
si se está haciendo justicia, pues en este corto listado también incluye el
libro citado de Téllez, cosa que sentimos injusta. Y si no les parece que estas
obras no experimentan lo que hizo Samudio, si de eso se trata, entonces, ¿por
qué el mismo Álvaro Cepeda, a sus 21 años, logró mejores cuentos, como es el
caso de Proyecto para la biografía de una mujer sin tiempo? Hay un
último argumento al respecto: el desespero de Cepeda Samudio al querer embutir
varios experimentos literarios a la vez en un solo cuento hizo que muchos de
sus relatos no lograran la maestría que dicen tener. Lo anterior se debe tal
vez a su personalidad, a su fama de indisciplinado, rebelde, bebedor, mujeriego
y fiestero (dos veces el padrastro le dio el dinero para editar su famoso libro
de cuentos, y dos veces se lo gastó con sus amigos tomando), y que, en el campo
de la escritura, dice Mario Jursich Durán que “Incluso para escribir literatura
sus hábitos eran sui generis. En el periódico le daban unos rollos larguísimos
como papiros, él los ponía en la máquina y “cuando ya tenía como 12 metros de
narrativa”, entonces daba por terminados los cuentos” (5). Pueda que casi todo esto
sea una leyenda que no deja de esconder una falacia: pues el hecho de que haya
sido desordenado y hasta estrafalario al vestir para su época no quiere decir
que no pueda escribir grandes narraciones. En todo caso, remitimos para mayor
información y curiosidad, al texto de Mario Jursich sobre su carácter
excéntrico, y juzguen por sí mismos.
A
pesar de todo, la crítica literaria, conformada por buenos escritores, sigue
ensalzando su libro de cuentos, según Alfonso Fuenmayor, como una obra “excelente”
e “importante”; conforme a Juan Fernández Renowitzky, magistral, “sumamente” y “demasiado
bien escrita”; desde el ángulo de Ariel Castillo, “un hito en la historia de
las letras costeñas, colombianas y continentales”; según Jesús Ferro Bayona, que
en él “Barranquilla estaba naciendo a la literatura”; al parecer de Jacques
Gilard, un anticipo que “confluyó en la novela” que él después escribió,
dominando la técnica con “maestría” (cosa tal vez cierta, en relación con su
novela), y todo esto sin mencionar las apreciaciones de Daniel Samper Pizano y
las del difunto Roberto Burgos Cantor (6). Intentemos, de forma aproximada, aclarar
esto.
Primero,
las palabras escritas y dichas por su amigo Gabo, ya con la fama, generan el
aura de que si lo dijo el Nobel, es porque es cierto. Segundo, lo anterior los
lleva a no trazar límites entre la producción de cuentos y la producción de su
única novela. Tercero, la eclosión y admiración del Boom remite a buscar los
orígenes del mismo, y ese afán revisionista, olfateando fechas y producciones,
lleva a los expertos y académicos, bajo la sombra de Gabriel García Márquez y
el Grupo de Barranquilla, a releer a Samudio y sobre lo que él se escribió,
arrastrados por una pasión fundacional y hasta regional sin medir tal vez justas
comparaciones. Cuarto, la falta de antecedentes históricos en Colombia a la
hora de encontrar cuentos que experimenten lo que experimentó Samudio los
empuja, aún más, a ensalzarlo, aunque ya vimos que hay otros autores que
rodearon al escritor que nos ocupa en su propio contexto.
Hay
que darles a los escritores su justa medida. Decir que Álvaro Cepeda Samudio
escribió Todos estábamos a la espera,
a sus 28 años de edad, con la misma calidad que los grandes autores que
leyó, o que, si se hubiese dado a la literatura con más tiempo, sin los
negocios de por medio, habría sido más grande que Gabriel García Márquez, o que
fue el iniciador del realismo mágico (esto último según Patrick Thévenon (7)),
puede generar la ilusión de que esté al mismo nivel que nuestro premio Nobel. El
mismo Patrick Thévenon es quien sugiere que incluso Samudio es un iniciador del
Boom con su novela corta, La casa grande, publicada en 1962, sin
mencionar que Pedro Páramo sale a la luz en el 55. Ni siquiera esto
puede ser en el ámbito del cuento, porque El llano en llamas es de un
año previo a Todos estábamos a la espera, si de fechas se trata. Lo
anterior es un despropósito, y más cuando se enfatiza, desde la crítica, que acomete
con maestría el manejo de las técnicas literarias en el cuento. Una
cosa es el uso de las técnicas, y otra es hacerlo bien. Tal vez sí fue un
pionero en utilizarlas en Colombia, e incluso Latinoamérica, gracias a sus
facilidades para estudiar en Nueva York y alimentarse de la literatura
norteamericana, pero que sea el primero no deja de ser un dato histórico más,
lo que importa es que lo haya hecho con calidad. Si se tratara de que las
hubiera inventado, sin importar un posible burdo intento, quizás, pero no es el
caso (Fabio Rodríguez Amaya, en su famoso prólogo a las obras completas de
Samudio, afirma que en este autor hay técnicas de otros y de su invención). En
fin, sólo veo un curioso intento, y de intentos está lleno el
infierno. Sin embargo, con su novela La casa grande logra atravesar el
purgatorio, asomándose al paraíso lo suficiente como para que Pedro Páramo
le brinde una tierna sonrisa.
(1)
Prólogo de Gabriel García Márquez titulado:
Álvaro Cepeda Samudio, que hace parte de la tercera edición del libro de cuentos:
Todos estábamos a la espera, de Álvaro Cepeda Samudio. Bogotá. El Áncora
Editores. 2003.
(2) La cita es extraída de su artículo titulado Los
cuentos de Álvaro Cepeda, publicado en el periódico El Tiempo el 14 de
septiembre de 1954. También se puede encontrar en su libro Crítica literaria II
(1948 - 1956), del Instituto Caro y Cuervo de Bogotá. Imprenta patriótica.
2016.
(3)
Artículo publicado el 23 de enero de 2016 en El Espectador
bajo el título: El retorno Cepeda Samudio.
(4) Tomado del prólogo titulado: Un autor imprescindible, una edición
imperiosa, que hace parte de las obras completas que se publicaron bajo la
supervisión de Teresa Manotas de Cepeda, en 2015, con el respaldo de Penguin
Random House Grupo Editorial, de Bogotá.
(5)
https://www.semana.com/especiales/articulo/el-fuego-la-cueva/60090-3
(6)
Se puede encontrar en la revista HUELLAS, de la
universidad del Norte, números 51 – 52 – 53 (vol triple). Barranquilla,
Colombia. Issn: 0120 – 2537.
(7)
Ibid.
Comentarios
Publicar un comentario